clarice lispector
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revelación de un mundo
a descoberta do mundo
revelación de un mundo
a descoberta do mundo
Traducción: Amalia Sato
Adriana Hidalgo editora
2005
Buenos Aires
la merienda
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Las fantasías que asustan.
Pensé en una fiesta —sin bebida, sin comida, fiesta sólo de miradas.
Incluso las sillas alquiladas y traídas a un tercer piso vacío de la Rua da Alfândega, ése sería un buen lugar. Para esta fiesta yo invitaría a todos los amigos y amigas que tuve y que ya no tengo.
Sólo ellos, sin ni siquiera los mutuos entreamigos. Personas de mi vida, personas que me tuvieron en sus vidas.
¿Pero cómo subiría yo sola por las escaleras oscuras hasta una sala alquilada? ¿Y cómo es que se vuelve de la Rua da Alfândega al caer la noche? Las veredas estarían secas y duras, lo sé.
Preferí otra fantasía. Empezó con una mezcla de cariño, gratitud, rabia; recién después se desplegaron dos alas de murciélago, como lo que llega de lejos y va acercándose mucho; pero también brillaban las alas.
Sería un té —domingo, Rua do Lavradio— que yo ofrecería a todas las empleadas que tuve en la vida. Las que olvidé señalarían su ausencia con una silla vacía, así como dentro de mí quedaron. Las otras sentadas, con las manos cruzadas en el regazo. Mudas —hasta el momento en que cada una abriera la boca y, rediviva, muerta-viva, recitara lo que yo recuerdo. Casi un té de señoras, sólo que en éste no se hablaría de criadas.
—Pues te deseo muchas felicidades —se levanta una—, deseo que
obtengas todo lo que nadie te puede dar.
—Cuando pido alguna cosa —se para la otra— sólo me sale hablar
riendo mucho y se creen que no la necesito.
—Me gustan las películas de cacerías. (Fue todo lo que me quedó de
toda una persona.)
—Usual, no, señora. Sólo sé hacer comida de pobre.
—Cuando me muera, algunas personas van a tener saudade de mí.
Pero sólo eso.
—Se me llenan los ojos de lágrimas cuando hablo con usted, debe ser
espiritismo.
—Era un chiquillo tan bonito que me daban ganas de hacerle mal.
—Pues hoy a la madrugada —me dice la italiana— cuando yo venía
para acá, las hojas empezaron a caer, y la primera nieve también. Un
hombre en la calle me dijo: “Es la lluvia de oro y plata”. Fingí no haber oído
porque si no tengo cuidado los hombres hacen de mí lo que quieren.
—Allí llega la ricachona —se levanta la más vieja de todas, aquella que
sólo lograba dar una ternura amarga y que nos enseñó tan temprano a
perdonar la crueldad del amor—. ¿La señora rica durmió bien? La señora
es toda lujo. Está llena de deseos, quiere esto, no quiere aquello. La señora
rica es blanca.
—Yo quería franco los tres días de carnaval, señora, porque basta de
virginidad.
—La comida es cuestión de sal. La comida es cuestión de sal. La
comida es cuestión de sal. Allí viene la ricachona: te deseo que obtengas lo
que nadie te puede dar, sólo eso cuando yo muera. Fue entonces que el
hombre dijo que la lluvia era de oro, lo que nadie te puede dar. A menos
que no tengas miedo de quedarte parada en la oscuridad, bañada de oro,
pero sólo en la oscuridad. La ricachona es de un lujo pobre: hojas o la
primera nieve. Tener la sal de lo que se come, no hacer mal al que es lindo,
no reír en el momento de pedir y nunca fingir que no se oyó cuando
alguien diga: ésta, mujer, ésta es la lluvia de oro y de plata. Sí.
o lanche
As imaginações que assustam.
Pensei numa festa – sem bebida, sem comida, festa só de olhar. Até as cadeiras alugadas e trazidas para um terceiro andar vazio da Rua da Alfândega, este seria um bom lugar. Para essa festa eu convidaria todos os amigos e amigas que tive e não tenho mais. Só eles, sem nem sequer os entreamigos mútuos. Pessoas que vivi, pessoas que me viveram.
Mas como é que eu subiria sozinha pelas escadas escuras até uma sala alugada? E como é que se volta da Rua da Alfândega ao anoitecer? As calçadas estariam secas e duras, eu sei. Preferi outra imaginação.
Começou misturando carinho, gratidão, raiva; só depois é que se desdobraram duas asas de morcego, como o que vem de longe e vai chegando muito perto, mas também brilhavam as asas. Seria um chá – domingo, Rua do Lavradio – que eu oferecia a todas as empregadas que já tive na vida. As que esqueci marcariam a ausência com uma cadeira vazia, assim como estão dentro de mim. As outras sentadas, de mãos cruzadas no colo. Mudas – até o momento em que cada uma abrisse a boca e, rediviva, morta-viva, recitasse o que eu me lembro. Quase um chá de senhoras, só que nesse não se falaria de criadas.
– Pois te desejo muita felicidade – levanta-se uma – desejo que você obtenha tudo o que ninguém
pode te dar.
– Quando peço uma coisa – ergue-se outra – só sei falar rindo muito e pensam que não estou
precisando.
– Gosto de filme de caçada. (E foi tudo o que me ficou de uma pessoa inteira.)
– Trivial, não, senhora. Só sei fazer comida de pobre.
– Quando eu morrer, umas pessoas vão ter saudade de mim. Mas só isso.
– Fico com os olhos cheios de lágrimas quando falo com a senhora, deve ser espiritismo.
– Era um miúdo tão bonito que até me vinha vontade de fazer-lhe mal.
– Pois hoje de madrugada – me diz a italiana – quando eu vinha para cá as folhas começaram a
cair, e a primeira neve também. Um homem na rua disse assim: “É a chuva de ouro e de prata.” Fingi que
não ouvi porque se não tomo cuidado os homens fazem de mim o que querem.
– Lá vem a lordeza – levanta-se a mais antiga de todas, aquela que só conseguia dar ternura
amarga e nos ensinou tão cedo a perdoar crueldade de amor.
– A lordeza dormiu bem?
A lordeza é de luxo. É cheia de vontades, ela quer isso, ela não quer aquilo.
A lordeza é branca.
– Eu queria folga nos três dias de carnaval, madame, porque chega de donzelice.
– Comida é questão de sal. Comida é questão de sal. Comida é questão de sal. Lá vem a lordeza: te
desejo que obtenhas tudo o que ninguém pode te dar, só isso quando eu morrer. Foi então que o homem
disse que a chuva era de ouro, o que ninguém pode te dar. A menos que não tenhas medo de ficar toda de
pé no escuro, banhada de ouro, mas só na escuridão. A lordeza é de luxo pobre: folhas ou a primeira neve.
Ter o sal do que se come, não fazer mal ao que é bonito, não rir na hora de pedir e nunca fingir que não se
ouviu quando alguém disser: esta, mulher, esta é a chuva de ouro e prata. Sim.
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