el otro: observaciones sueltas

 

 

Sigo aquí, sur le motif, con ojos y mirada del que está haciendo ejercicios de yoga, abriéndose

los chacras a purísimos golpes de mente, viendo brotar la conciencia de la superficie fresca del agua.

Solo —que es un número impar— atravieso el cementerio vestido de bonito: amadas sean las

personas prójimas que ponen huevos contándolos con los dedos. En el cementerio se aprende

a vivir a los dos lados de cualquier cadáver.

Qué decir del otro que quepa en las palabras del lenguaje: a mí el otro me parece sustancial, sustantivo,

quizá inclinado hacia el verbo torrencial o zapatazo, incansablemente: viviendo en sociedad y en terciopelo.

Y está en su puesto, y se atiene a la noción gorda de realidad y a la versión aromática de acto: incluso

permite que algo ajeno, desconocido, se reúna con él y con sus moscas —en lo inevitable o en la zona

más moderna de lo eterno, allí, donde apenas llueve—.

No es fácil, es difícil dar con el sentido exacto de las vidas, tan difícil como dar con el sentido inexacto:

sólo a veces el tiempo olvida su espuela de locura. Y el otro: a veces va de individual y otras veces va

de gregario, de colectivo, de asociado en grupo o de múltiple, de parroquial, de universal: siempre como

pensando en los otros, en los demás, de recuerdo o de memoria, pero siempre con magnanimidad:

sexualmente.

Y antes de acostarse, el otro se peina y se peina, y se bebe su vaso de leche y, por fin, se mete en la gran

situación, y se distancia de todo y deja en el suelo sus gestos, despacha sus sombras una a una, se quita

la estatura y se duerme.

Del otro aprecio su forma de no entender la vida: discreta y sin hacer colores.

Creo que sabe —o adivina— que en la mayoría de las cosas parece existir, como ley, un círculo: pero no

en todas, no en todas. Y sabe también que la fea felicidad no sólo utiliza un sistema de riego por goteo,

sino que, además, casi siempre gotea bajo tierra, en una felicidad subterránea, si es que eso existe.

Y en ocasiones, el otro se da cuenta de que tiene un exceso de cuerpo, de carne, que hay una clara

descompensación hacia el paquete de órganos, vísceras y huesos: que el físico somático nos da demasiado

trabajo, y pesa, y se pone impertinente, y es triste.

En cualquier caso: hay otros que nos recuerdan al ser original y extraño que, inexplicablemente, vive su vida

en este mundo: aguarda sin perder la paciencia, y su inteligencia es suficiente, y su corazón es suficiente,

y sus recursos son suficientes: y volvemos a mirarlo con incredulidad, sin entender qué lo mantiene, por qué

aguarda o espera, por qué sigue adelante. Como una oveja suelta. Como alguien que no necesita más seguridad.

En la escuela teníamos un nombre para los tipos que intentaban ponerse en contacto con ellos mismos:

es por lo que se dice que alguien no está borracho si puede tenderse en el suelo pero sin necesidad de

agarrarse a él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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