enrique
gonzález tuñón
tiendas
de ultramarinos
de
en la calle
de los sueños perdidos
Litterae Sociedad Editorial Americana
Buenos Aires
1941
Ese olor de las tiendas de ultramarinos.
¿Recuerda usted?
En pleno centro, a veces.
O mejor, en la calle Pedro Mendoza, o en Junín y Corrientes.
Olor de vodka y salmón en lata; de arreos de pesca y arenque ahumado.
Ese olor.
Ese olor a color de mapa.
Ese olor a ruido de motor de remolcador.
Ese olor a Hotel de Inmigrantes.
Ese olor a colonia extranjera. Ese olor.
Ese olor fresco del alambre y la cuerda;
ese olor húmedo, espeso, de mostrador y trastienda;
de comida dulce; de dulce agrio;
de ropa comprada en puertos;
ese olor ultramarino.
Ese olor.
Ese olor a comida en las calles Veinticinco de Mayo,
Reconquista o Leandro Alem.
Olor a agencia de colocaciones, también.
Y a calentador a kerosene. A tufo de calentador.
A violín sacado del baúl lleno de polvo. A armónica.
A afiches de la guerra ítalo-turca o anglo-boers.
Ese olor.
Ese olor a tricomía de Trípoli.
De familia real española.
Ese olor.
Ese olor ultramarino.
Ese olor azul de mapa y ojo de buey.
El personaje de Proust por el aroma de una taza de té,
reconstruye todo un tiempo perdido, pasado.
Huela, huela usted cuando pase por una tienda de ultramarinos.
Huele a Centenario, ¿verdad? A 1910. La Infanta Isabel.
El Presidente Montt. Roque Sáenz Peña.
Las primeras huelgas y manifestaciones.
El abigarramiento en el Hotel de Inmigrantes, las terceras,
la carta de España, la Exposición, las tiendas de ultramarinos.
Huela, huela usted cuando pase por una tienda de ultramarinos.
¿Huele a retrato antiguo, verdad? A postal en colores.
La Plaza del Congreso. El monumento de los Españoles.
Un niño con sombrerito de paja que cruza la calle.
Un fiacre. Un tranvía a caballos. El mayoral.
Huela, huela usted cuando pase por una tienda de ultramarinos.
Huele a heliotropo, brocamelia y alelí.
Huele a Parece que Fue Ayer.
A trencito del Parque Japonés. A cuello Mey. A bigotera y cosmético.
A 1914. Huele a progroms. A guerra europea.
Los diarios nos recuerdan cada día ese olor, esos olores.
Lituania, Letonia, Estonia, Finlandia, Polonia….Kovno,
Vilma, Helsingfors, Riga…
Inmediatamente se desparrama un olor a arenque ahumado,
a pepinos en vinagre, a salmón en lata, a pescado en barrica,
a esturión, a bacalao, a arreos de pesca, a … un olor ultramarino.
(Todo esto puede ser un poco literario, pero ustedes comprenderán).
En seguida, el paisaje.
Ahora hay sobresalto en el mar, en las rías y en los ríos;
en los prados y en las colinas.
¿Qué será de esos paisajes reproducidos en los atriles de algunos pianos automáticos?
¿Qué será de la rueda del molino mal pintado?
Vemos a una mujer gorda cortando pescado sobre una tabla. (La gorda de la pescadería.)
A un grupo de hombres del norte cuchicheando a la puerta del café maloliente.
A un vendedor de diarios cuyos títulos no podremos deletrear nunca.
A un sacerdote de una religión extranjera –y extraña-.
A un retrato de novios, en el fondo de la sala,
sobre unos tarros de compota de penetrante olor (ultramarino).
A alguien que cruza la calzada llevando a un niño de la mano.
A un niño agitando desde la borda de un barco de carga su gorra de pana (ultramarina).
Y, finalmente, a una pandilla de chiquillos rubios, rotosos, sucios,
que hablan ya el lenguaje de la calle, el lenguaje argentino,
mientras la más vieja de las mujeres, la más vieja,
mueve melancólicamente la cabeza
y habla todavía del barco como el gringuito cautivo de “Martín Fierro”.
Y, sobre la mesa, el diario, y en el diario los telegramas
fechados en esos lugares (ultramarinos) que, sin duda, no conoceremos nunca.
Y entonces, al puchero cotidiano se mezcla un súbito
y profundo olor (ultramarino) de arenque ahumado, de salmón en lata,
de pepino en vinagre, de pescado en barrica.
Es curioso.
Y triste, bien triste, muy triste. (Ultramarino).
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