Libro del desasosiego

Fernando Pessoa

Traducción 

introducción y notas de Ángel Crespo

Livro do Desassossego

Segunda edición: julio de 1997

Ática S. A. R. L, Lisboa, 1982

Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Barcelona 

Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.

 

 

255

 

 

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¿Dónde está Dios, aunque no exista? Quiero rezar y llorar, arrepentirme de crímenes que no he cometido, disfrutar de ser perdonado por una caricia no propiamente maternal.

Un regazo para llorar, pero un regazo enorme, sin forma, espacioso como una noche de verano, y sin embargo cercano, caliente, femenino, al lado de cualquier fuego… Poder llorar allí cosas impensables, faltas que no sé cuales son, ternuras de cosas inexistentes, y grandes dudas crispadas de no sé qué futuro… Una infancia nueva, un ama vieja otra vez, y una cama pequeña dónele acabe por dormirme, entre cuentos que arrullan, mal oídos, con una atención que se pone tibia, de rayos que penetraban en jóvenes cabellos rubios como el trigo… Y todo esto muy grande, muy eterno, definitivo para siempre, de la estatura única de Dios, allá en el fondo triste y somnoliento de la realidad última de las cosas…

Un regazo o una cuna o un brazo caliente alrededor de mi cuello… Una voz que canta bajo y parece querer hacerme llorar… El ruido de la lumbre en el hogar… Un calor en el invierno… Un extravío suave de mi conciencia… Y después, sin ruido, un sueño tranquilo en un espacio enorme, como la luna rodando entre estrellas…

Cuando pongo aparte mis [… ] y coloco en un rincón, con un cuidado lleno de cariño —con ganas de darles besos— mis juguetes, las palabras, las imágenes, las frases —¡me quedo tan pequeño y tan inofensivo, tan solo en un cuarto tan grande y tan triste, tan profundamente triste!…

Después de todo, ¿quién soy yo cuando no juego? Un pobre huérfano, abandonado en las calles de las sensaciones, tiritando de frío en las esquinas de la Realidad, teniendo que dormir en los escalones de la Tristeza y que comer el pan regalado de la Fantasía. De un padre sé el nombre; me han dicho que se llama Dios, pero el nombre no me da idea de nada. A veces, de noche, cuando me siento solo, le llamo y lloro, y me hago una idea de él a la que poder amar… Pero después pienso que no le conozco, que quizás no sea así, que quizás no sea nunca ese padre de mi alma…

¿Cuándo se terminará todo esto, estas calles por las que arrastro mi miseria, y estos escalones donde encojo mi frío y siento las manos de la noche entre mis harapos? Si un día viniese Dios a buscarme y me llevase a su casa y me diese calor y afecto… A veces pienso esto y lloro con alegría al pensar que puedo pensarlo… Pero el viento se arrastra por la calle y las hojas caen en la acera… Alzo los ojos y veo las estrellas que no tienen ningún sentido… Y de todo esto apenas quedo yo, un pobre niño abandonado, que ningún Amor quiso por hijo adoptivo, ni ninguna Amistad por compañero de juegos.

Tengo mucho frío. Estoy tan cansado en mi abandono. Ve a buscar, oh Viento, a mi Madre. Llévame por la Noche a la casa que no he conocido… Vuelve a darme, oh Silencio .[…], mi alma y mi cuna y mi canción con que me dormía.

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Onde está Deus, mesmo que não exista? Quero rezar e chorar, arrepender-me de crimes que não cometi,

gozar ser perdoado como uma carícia não  propriamente materna.

Um regaço para chorar, mas um regaço enorme, sem forma, espaçoso como uma noite de verão, e contudo

próximo, quente, feminino, ao pé de uma lareira qualquer…

Poder ali chorar coisas impensáveis, falências que nem sei quais são, ternuras de coisas inexistentes, e

grandes dúvidas arrepiadas de não sei que futuro… Uma infância nova, uma ama velha outra vez, e um leito

pequeno onde acabar por dormir, entre contos que embalam, mal ouvidos, com uma atenção que se torna morna,

de perigos grandes – penetravam em jovens cabelos louros como o trigo… E tudo isto muito grande, muito eterno,

definitivo para sempre, da estatura única de Deus, lá no fundo triste e sonolento da realidade última das Coisas…

Um colo ou um berço ou um braço quente em torno ao meu pescoço… Uma voz que canta baixo e parece querer

fazer-me chorar… O ruído de lume na lareira… Um calor no inverno… Um extravio morno da minha consciência…

E depois sem som, um sonho calmo num espaço enorme, como a lua rodando entre estrelas…

Quando ponho de parte os meus artifícios e arrumo a um canto, com um cuidado cheio de carinho – com vontade

de lhes dar beijos – os meus brinquedos, as palavras, as imagens, as frases – fico tão pequeno e inofensivo, tão

só num quarto tão grande e tão triste, tão profundamente triste!…

Afinal eu quem sou, quando não brinco? Um pobre órfão abandonado nas ruas das sensações, tiritando de frio

às esquinas da Realidade, tendo que dormir nos degraus da Tristeza e comer o pão dado da Fantasia.

De meu pai sei o nome; disseram-me que se chamava Deus, mas o nome não me dá ideia de nada. Às vezes,

na noite, quando me sinto só, chamo por ele e choro, e faço-me uma ideia dele a que possa amar… Mas depois

penso que o não conheço, que talvez ele não seja assim, que talvez não seja nunca esse o pai da minha alma…

 

Quando acabará isto tudo, estas ruas onde arrasto a minha miséria, e estes degraus onde encolho o meu frio e

sinto as mãos da noite por entre os meus farrapos? Se um dia Deus me viesse buscar e me levasse para sua

casa e me desse calor e afeição… As vezes penso isto  e choro com alegria a pensar que o posso pensar… Mas

o vento arrasta-se pela rua fora e as folhas caem no passeio…

Ergo os olhos e vejo as estrelas que não têm sentido nenhum… E de tudo isto fico apenas eu, uma pobre criança

abandonada, que nenhum Amor quis para seu filho adoptivo, nem nenhuma Amizade para seu companheiro

de brinquedos.

Tenho frio de mais. Estou tão cansado no meu abandono. Vai buscar, ó Vento, a minha Mãe. Leva-me na Noite

para a casa que não conheci… Torna a dar-me, ó Silêncio imenso, a minha ama e o meu berço e a minha canção

com que eu dormia…

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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