[en la página de crítica de la revista Ágora, papeles de arte gramático:  nº I, que cerró

con el nº 29 pero que se puede bajar en la dirección que sigue:

agoralarevistadeltaller.blogspot.com

Manuel Navarro escribió unos Fragmentos para una poética -posiblemente colgados

en este blog, no sé- muy breves, una sola página, que ahora voy a repetir para propio

solaz y el de los lectores interesados.]

 

 

“Cuando leemos a algún poeta de nuestros días buscamos en su obra la línea melódica trenzada sobre el sentir individual.

No la encontramos. Su frigidez nos desconcierta y, en parte, nos repele. ¿Son poetas sin alma?”, dice Antonio Machado

a quienes defienden una poesía vestida de etiqueta, que se ruboriza si enseña el canalillo, que prescinde de quien está fuera,

en la intemperie, que goza del asco indiferente de los nobles, de la lectura al amor de la chimenea de un libro de muerta filosofía.

«La poesía es profunda verdad comunicada», dice Aleixandre a aquellos que adiestran loros con los dos primeros versos que

hay que citar en las fiestas, a aquellos que te miran como una esfinge sin guardar más secreto que la virginidad de su mano

derecha después de tanto placer solitario. «La poesía puede comunicar antes de entenderse, dice Eliot a los que buscan el concepto,

para quienes la mayor emoción conocida es el orden del ‘Tractatus’ o la exactitud de la última estadística.

«La realidad está representada, pero no descrita según un parecido inmediato. Realidad, no realismo y el sentimiento

sin el cual no hay poesía, no ha menester gesticulación. Sentimiento, no sentimentalismo, dice Guillén ¿el puro,

el deshumanizado?, a aquellos que recitan con aspavientos y que luego se hacen cruces ante los que hacen estallar el lenguaje

con bombas silenciosas.

«Son más bellos los sueños de los locos que los del hombre sabio», dice Baudelaire a los que construyen con ladrillos el insomnio,

a los que se ríen de los hombres que gritan o de los que en un arrebato encienden bajo un puente una hoguera y se duermen.

“Puedes ser lo que gustes, aurora o negra noche / no existirá una fibra de mi turbado cuerpo / que no grite: ;Oh, Belcebú,

yo te adoro», continúa Charles diciendo a las novicias que dibujan amorcillos y a los sacristanes que sólo tocan las campanas de boda.

«Escribía silencios, noches, anotaba lo inexpresable. Fijaba vértigos», dice Rimbaud a quienes quieren leer en un devocionario

el abismo delicioso del estremecimiento, a quienes no les erizan la piel los relámpagos tremendos del infierno, a quienes no conmueve

la extensión de la inocencia. «Lo hermoso no es más que el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar», advierte Rilke

a quien fabrica manteles para una tarde de campo y respira la brisa de un pétalo que se desvanece, en lugar de abandonarse

al batir sublime de los ángeles terribles.

“El único medio permisible de decir una cosa cuando se quiere decir otra es la poesía», enseria Robert Frost al mastín profesoral

que no tiembla, pero ladra de la forma más clara con el índice en ristre, que, como quien da la hora, explica la herida mientras

científicamente se desangra.

“Y pobre hombre en sueños / siempre buscando a Dios entre la niebla», insiste Machado a los que no saben que más allá de

la razón hay mundos por conocer, que el horizonte de lo humano es mayor que el de sus miedos, que un poema nos transporta

al sueño primigenio, del tamaño de un hombre y anterior a toda geometría.

«… Los poetas, ángeles desterrados de un mundo que vagamente recordamos y presentimos, y al que anhelamos retornar con

toda la sed de nuestros corazones. Como un rastro fugaz y resplandeciente, en ciertas palabras, en ciertos poemas nuestros,

anunciamos un mundo entrevisto en el éxtasis, no sé sí profecía o si recuerdo, pero sí imagen de nuestro ineludible destino. Yo sí,

yo traigo y presento a los hombres un mundo elemental, cruzado de luz y sombra, donde los instintos del hombre han

sobrepasado los límites de su cuerpo, para informarse en las fuerzas oscuras, cósmicas, telúricas…”, dice Aleixandre a todos

aquellos que, engolados, afirman que la poesía no es destierro de un mundo vago en el recuerdo y en el presentimiento, que no

es sed de retorno a la niebla, que no es rastro fugaz y resplandeciente, que no es éxtasis (profecía o recuerdo), ni destino

ineludible, ni mundo elemental, primero, ni cruce de luz y sombra, que no es instinto, ni límite ausente, ni fuerza oscura , cósmica

o telúrica.

Y después de todas las sabrosas poéticas, viene Jacques Vaché, enfant terrible, y nos suelta el perro hambriento de la verdad:

«la poesía, como la felicidad, no existe, sólo existen momentos poéticos o felices». Amén.

 

Manuel Navarro

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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