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Ilse está con su bici o con su trici, que viene a ser su mascota, un animal mecánico de compañía y cariño, aunque este ejemplar de carga con cajón delantero puede ser más o menos mascota, depende, como tantas veces, del vínculo: de la naturaleza, de la fuerza, del origen, de la intensidad, del valor, de la antigüedad del vínculo.

Ilse se apoya en la bici con sus brazos de mujer justa, el sillín es todavía de cuero y el metal del vehículo azul es todavía oxidable –y oxidado-. Ilse lleva un buen colmillo colgante, colgado, colgando, y el pelo rubio le cae en vertical por los dos lados. Nos mira más bien manteniendo la distancia o esperando alguna indicación, sin confianza.

Con el azul de la bicicleta y el colmillo sobre el corazón, Ilse parece una muchacha de provincias que se siente más bien ignorante y más bien poco vivida, asustadiza de alma y con un cielo a intermitencias, en el espesor de la normalidad de la raza humana, que aún no sabe dónde se encienden las moscas ni cómo se apagan los moscardones, así que marcha todavía a gatas para no caerse desde toda la altura del andar bípedo y erguido, y usa el tacatá oxidado de su bicicleta azul, tocando mucho el timbre, tirando mucho de freno mientras pedalea y pedalea sin sentido, sólo con temor.

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