isabel bono
una casa en bleturge
de pesca
Nadie necesita nada, o eso parece. A simple vista
todos caminan erguidos por la calle, aunque
arrastren sus bolsas del supermercado. No tenía
pensado salir pero aquí estoy, doblando la esquina
del dolor y la ansiedad, de la soledad y el cansancio,
con las gafas puestas para no parecer yo.
Piensa en lo que va a comprar, lonchas de pavo sin
sal, una tortilla precocinada con cebolla, una bolsa
de pipas con sal, magdalenas, una morcilla de
Burgos, cuatro yogures desnatados, ciruelas sin
hueso, dos latas de mejillones, galletas integrales.
Una compra absurda para romper la estadística.
Sabe que husmean lo que compra porque siempre le
envían a casa propaganda de productos saludables.
Esta vez no sabrán qué pensar, se dice, o sí, seguro
que sí. ¿Y tú?, ¿qué piensas tú?, se pregunta.
Además de que las bolsas le pesarán demasiado,
piensa que en cuanto vuelva a casa engullirá al
menos dos magdalenas. Menudo banquete para
nada, solo para las muelas, porque después no hay
nada, después el maldito dolor de espalda y el agua
caliente, otra vez. Y todo esto porque descolgaste el
teléfono y marcaste el número de tu padre, se dice.
Habló durante 23 minutos 38 segundos, no recuerda
nada de lo que dijo, palabras sueltas, mal corazón
loca enferma egoísta injusta, siempre las palabras de
los demás arañando las paredes de la casa.
¿A cuántos kilómetros quedará Bleturge?, piensa,
¿te imaginas?, un apartamento gris en un edificio
gris, tal vez con una maceta en la ventana, una
maceta sin flores, solo hojas casi negras y pequeñas
que aguanten bien el frío, una habitación
enmoquetada, una mesa de cocina cubierta de hule
gastado donde dibujar letras con el dedo mojado en
café, café, mucho café, café aguado que no quite el
sueño, así sería la espera, así no saldría a comprar
morcilla ni galletas integrales, así miraría desde la
ventana a los transeúntes con sus bolsas, acarreando
nada, y ella no sería ninguno. Ninguno.
Al cruzar por el paso elevado se extraña de que dos
mujeres se santigüen mirando hacia el restaurante
chino. Mientras baja ve un coche de policía y a un
hombre vestido de blanco sacando una camilla de
una roulotte aparcada. En la camilla, un cuerpo
cubierto de la cabeza a los pies y sujeto por tres
correas. Una le aprieta justo en el cuello. Ella tose
instintivamente.
Toda una vida ahí, bajo una sábana, toda esa vida.
Se vuelve varias veces mientras camina hacia el
supermercado. Se vuelve y piensa que debe de
tratarse de un extranjero. Esta noche en la tele local
darán la noticia.
Mientras se pasea entre yogures desnatados y
lechugas iceberg, se va olvidando del muerto.
Cuando sale con dos bolsas de compra, ya no
recuerda nada. El frío borra todas las huellas.
Un puñado de niños sin camiseta observa cómo un
chico algo mayor lanza el hilo de su caña hacia el
centro del río. Con la otra mano fuma. Después de
ese momento de gran expectación, de devoción
absoluta, el chico sabe que vendrá la decepción y
hasta las burlas. Ningún pez pica nunca en Bleturge
y no le quedan cigarrillos. Si dentro de cinco
minutos no se tensa el hilo, esos críos bostezarán, se
mirarán de reojo, se reirán entre ellos con disimulo,
después abiertamente. El chico dejará de ser el rey.
Antes de que el cigarrillo se consuma del todo,
espanta a los críos con la mano y con el humo de la
última calada, alegando que le asustan a los peces.
Los niños se atropellan entre risas, aún hechizados,
mientras él les lanza un puñado de tierra. Su reinado
ha durado poco, pero piensa que así los niños
hablarán de él de camino a casa, imitarán sus
movimientos y quizá hasta sueñen con ser como él
antes de dormir.
Ella no sueña, ella suda mientras mira la escena
desde el puente. Ve alejarse a los niños dándose
empujones y haciendo que fuman con ramitas secas.
Uno se vuelve y mira al chico, que en ese momento
tira la colilla al agua con desgana. Ve cómo el chico
se sienta donde antes estaban los críos. Ve cómo el
niño ve que el chico esconde la cabeza entre las
manos. Ve cómo el niño la mira y después corre
detrás del grupo. Ella tiene ganas de bajar al río y
ofrecerle al chico un cigarrillo, pero ella no fuma ni
tiene edad para saltar entre piedras. Ella tiene ganas
de sentarse al sol a su lado, de decirle en voz baja
que no pasa nada, que nunca pasa nada.
Bono; Isabel. Una casa en Bleturge (Nuevos Tiempos). Siruela
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