isabel bono: pan comido:
el día que las estrellas dejaron de tener cinco puntas
madrid; ed. bartleby, 2011
Mi cerebro ya no es el centro del universo.
He venido a arder
como tus labios entre mis piernas,
como esa tristeza absurda
por no haber planeado los últimos besos.
El mundo empezaba en tu boca.
Por lo demás, nada que no sepamos.
Y es que yo te quería
con el silencio sospechoso de un campo de minas.
Nadie nos había presentado.
Nos conocíamos de vista. Ahora sé cómo te llamas.
Pareces cansado. Quizá decidiste no volver a mentir.
‒Me voy. Estoy cansado.
Si lo hubieras dicho así, todo habría sido más fácil.
He procurado coincidir contigo a pesar del azar.
No me ves. No sé si me buscas.
Tus ojos brillan desde el fondo de la habitación.
Demasiado ruido
demasiado torpe para leer en tus labios.
No sé si sonríes. Casi puedo acariciar tus manos.
‒¿Ya te vas?
Si te hubiera preguntado no habrías respondido.
Si el viento sigue moviendo las ramas de los árboles
voy a echarme a llorar.
Betancuria viajes Fred Olsen. Pasa un autobús.
Sabemos los que te gusta. ¿Sí?
El viento arrastra las hojas de las ramas
y el pelo de esa chica. Bonito vestido.
Estás tan serio. Tus ojos
resultan todavía más tristes sin gafas.
‒¿Qué pena tienes?
Pude decir.
Busquemos un tema. Pinalito. Agua mineral natural.
En la etiqueta han construido el paisaje
a partir de sus huecos.
‒¿Crees que construimos a partir de huecos?
Hablo de ti y de mí.
Si el viento sigue moviendo el farol
que cuelga del techo voy a echarme a llorar.
Ahora es todo normal:
que los barcos zarpen, que los aviones vuelen,
que tú tengas una pena.
Lo peor
no es no encontrar un tema. Lo peor vendrá después,
cuando trate de recordar nombres como
Betancuria, Olsen, Pinalito.
‒No sé si quieres oír esta historia.
Primero la mentira, después la calma.
Mi madre era la mujer de un astronauta amnésico.
Las estrellas (mala suerte)
sal que se derramaba sobre el mantel.
Mi padre me lo dijo mientras mirábamos en un atlas
dónde quedaba Vega.
Vimos de frente un universo redondo y azul marino
lleno de constelaciones (como tú).
‒Si el sol es una estrella
¿por qué no tiene cinco puntas como las demás?
Ni el universo era redondo, ni las estrellas tenían puntas.
Salimos a la terraza
y miramos el cielo (yo) con desgana.
En esto pienso antes de caer. Mientras vosotros
seguís con el dedo los aviones que pasan.
Yo veo baldosas (y caigo).
Sólo es una crisis de melancolía,
dijo alguien como si soñara (yo).
Después de una estrella fugaz no deseo nada.
El cielo me marea. Me dijo que descansara
que no por mucho mirarlas iban a volver. No le hice caso.
A ti también te miro (si apareces) desde entonces.
Hace un año te esperé en un coche con la radio puesta.
Coordenadas, las mismas.
Las agujas de los pinos crujen igual bajo mis pasos
cuando me acerco (no) a ti.
Y me digo que ojalá todo el tiempo perdido
fuera como tú (en mí) aquellas noches.
Después desapareciste como puntas de estrella.
‒Lo peor es dejar de ser un extraño.
Lo pienso, pero no lo digo. Si me preguntaras en qué
pienso,
te diría que en ti.
Y no mentiría. Esta noche desearía ser una extraña.
Una extraña a la que nunca se le niega la atención y la sonrisa.
Me desnudo. Nunca seré más suave
que en este preciso instante.
Ni siquiera mañana. Ni siquiera dentro de una hora.
Me acaricias accidentalmente el muslo
con el dorso de la mano (si estuvieras aquí).
Nunca me preguntas por qué lloro. Lo prefiero así.
Si me preguntaras no podría responderte. No sabría.
Suponiendo que supiera, no lo entenderías.
Esta piel ya no es mía.
Siendo así, tú deberías amarla como si mi cuerpo
no me perteneciera. A cambio,
yo me dejaría amar como si fuese otra.
Agua caliente para la tristeza.
‒No tengo sueño.
Mejor aún:
‒He tenido un sueño.
Me miras sin hacer ruido. Mientras
me detiene la rabia (no las manos)
y este dolor de siempre.
‒¿Qué nos falta o qué perdimos sin darnos cuenta?
Ahora lo sé. Es hora de empezar: Vete al infierno.
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