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El beso fruncido, apretado de labios, de Isabeli, tiene algo pleno e inextenso, y un alcance abstracto,
aventurado y de hecho.
Es un beso arrebatado de labios, con su afecto y con su drama escénico: tiene un rumbo frontal
de ola que rompe, tal vez con chasquido, quizá con efusión o con efluvio.
Tiene también un mucho inmenso, como una tumba sola que no puede ya contener su volumen
creciente, y tiene que abrirse y soltar su carne rota.
Es un beso elástico, sin metales: solamente reunido de dos labios y de una boca, que se duele y
se extrae dulcemente, y habla solo, como una nube de volúmenes espesos o un esfuerzo condenado
a muerte.
Viene desde fuera del alma, llega desde una alerta mental, sin huesos, sin sonidos generales,
como desatado del tiempo grande o desprendido del ocaso, desnudo o descalzo o desangrado.
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