Lo más cerca posible del espíritu de Matthew Salinger, de un año de edad,
cuando insta a un compañero de mesa a que acepte un frijol frío, insto yo
a mi editor, mentor y (Dios le ayude) mejor amigo, William Shawn, genius
domus de The New Yorker, amante de la probabilidad remota, protector de
los poco prolíficos, defensor de los extravagantes sin remedio, el más
insensatamente modesto de los grandes editores-artistas natos, a aceptar
este bonito libro de aspecto descuidado.
FRANNY
Aunque con un sol brillante, el tiempo de la mañana del sábado volvió a ser tiempo de abrigo, y no solo de abrigo ligero, como había sido toda la semana y como todo el mundo esperaba que continuase durante el gran fin de semana, el fin de semana del partido de Yale. De los más o menos veinte jóvenes que aguardaban en la estación la llegada de sus parejas en el tren de las diez cincuenta y dos, sólo seis o siete se encontraban en el frío andén al aire libre. El resto estaba diseminado en pequeños grupos de dos, tres y cuatro, sin sombrero y envueltos en el humo de la sala de espera con calefacción, hablando con voces que, casi sin excepción, sonaban universitariamente dogmáticas, como si cada uno de ellos, en su turno estridente dentro de la conversación, estuviera aclarando de una vez por todas una cuestión altamente polémica que el mundo exterior, no matriculado, hubiese discutido en vano durante siglos, provocativamente o no.
Lane Coutell, con una gabardina Burberry provista al parecer de un forro de lana abotonado en su reverso era uno de los seis o siete muchachos que estaban en el andén descubierto. O, mejor dicho, era y no era uno de ellos. Durante diez minutos o más se había mantenido deliberadamente fuera del alcance de la conversación de los otros jóvenes, de espaldas al exhibidor de libros de la Ciencia Cristiana libre, con las manos sin guantes en los bolsillos de la gabardina. Llevaba una bufanda de cashmere marrón que se le había ido cuello arriba, dejándole casi sin protección contra el frío. De pronto, y con ademán ausente, sacó la mano derecha del bolsillo de la gabardina y empezó a ajustar la bufanda, pero antes de haberlo hecho, cambió de opinión y usó la misma mano para meterla dentro de la gabardina y extraer una carta del bolsillo interior de la chaqueta. Empezó a leerla inmediatamente, con la boca entreabierta.
La carta estaba escrita —a máquina— en papel de notas de color azul pálido. Tenía un aspecto manoseado, de cosa ajada, como si ya la hubieran sacado del sobre varias veces, para releerla.
martes, creo
Queridísimo Lane:
no tengo idea de si podrás descifrar esto, pues el ruido en el dormitorio es absolutamente increíble esta noche y apenas puedo oírme pensar. Por lo tanto, si incurro en alguna falta de ortografía, sé gentil y ten la bondad de pasarla por alto. A propósito, he seguido tu consejo y recurrido mucho al diccionario últimamente, así que si eso entorpece mi estilo, tú tienes la culpa. Sea como sea, acabo de recibir tu encantadora carta y te quiero hasta el frenesí, la locura, etc., y apenas puedo esperar al fin de semana. Es una lástima que no me hayas encontrado sitio en Croft House, pero en realidad no me importa dónde me aloje con tal de que esté caliente, no tenga chinches y pueda verte de vez en cuando, es decir, a cada minuto. Estoy algo loca últimamente. Adoro toda tu carta, en especial la parte sobre Eliot. Creo que estoy empezando a despreciar a todos los poetas excepto a Safo. La he leído con furor, y no hagas ninguna observación vulgar, te lo ruego. Es posible que incluso escriba sobre ella en mi composición del examen trimestral, si decido batallar por una distinción y si logro que me lo permita el imbécil que me han asignado como consejero. «El delicado Adonis se está muriendo, Citerea, ¿qué haremos? Golpead vuestros pechos, doncellas, y rasgad vuestras túnicas.» ¿No es maravilloso? Y, además, escribe así sin interrupción. ¿Me quieres? No lo dices ni una vez en tu horrible carta. Te odio cuando eres un supermacho sin remedio y retiscente (¿ort.?). No es que te odie de verdad, pero por naturaleza estoy en contra de los hombres fuertes y silenciosos. Tampoco es que tú no seas fuerte, pero ya sabes a qué me refiero. Hay un ruido aquí que apenas puedo oírme pensar. De todos modos, te quiero y necesito enviar esto por correo urgente para que lo recibas con mucha anticipación, suponiendo que encuentre un sello en este manicomio. Te quiero te quiero te quiero. ¿Te has dado cuenta de que sólo he bailado contigo dos veces en once meses? Sin contar aquella vez en el Vanguard, cuando estabas tan achispado. Probablemente seré tímida sin remedio. A propósito, te mataré si haces alguna alusión a esto. ¡Hasta el sábado, florecita mía!
Con todo mi amor,
Franny
P.D. Papá ha recibido su radiografía del hospital y todos sentimos un gran alivio. Es un tumor, pero no maligno. Anoche hablé con mamá por teléfono. A propósito, te envía recuerdos, así que ya puedes estar respecto a aquella noche del viernes- Creo que ni siquiera nos oyeron entrar.
P. P. D. Sueno tan poco inteligente y tan retrasada mental cuando te escribo. ¿Por qué? Te doy permiso para analizarlo. Limitémonos a tratar de divertirnos mucho este fin de semana. Quiero decir, si es posible, por una vez, no tratemos de analizarlo todo hasta el fondo, especialmente a mí. Te quiero.
Frances (su marca)
J.D. Salinger
FRANNY AND ZOOEY
Traducción: Pilar Giralt
1a edición: abril, 1978
Editorial Bruguera, S. A.
Barcelona (España)
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