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américa la encantadora
Si encanto es lo que quieres, toma, aquí tienes algo,
siseó el hada negra. Esperando al cuarteto de cuerda,
en la esquina, desnaturalizado, exclamé: qué diablos.
Yo también voy a llevarme algo. Lo llaman arquitectura,
me dijo. Cualquier cosa que cribe a los perspicaces
de la mafia tocada con cofia, sus tiesas pelucas con el
pelo de punta
en marcha contra la brisa, insospechadamente de
regreso
a los tiempos y sueños coloniales. ¿Ves ese turón?
Es tuyo, si lo quieres. Pero ten cuidado con lo que pides,
avisó. Aquí, en el Tártaro citerior, tenemos nombres
para estúpidos como tú. Aturdido, solté el freno de
emergencia
y me volví para avisar a los otros que se acercaban.
Es esto lo que había en realidad:
Resulta útil el destello: indicios de su cavilación se
esparcieron al día siguiente
igual que escarcha. El relucir, lo que entre dos pareceres
es pausa al compartir una pera de invierno y notas sobre
descomposición
pegadas en la puerta del frigorífico.
¿Por esto viajamos tan lejos
en carromatos Prairie Schooner desde la tranquilizadora
Pensilvania?
Creételo, las noches son tétricas ahora,
aunque tal vez no más que nuestras primeras tentativas
de poesía amorosa en una casa de enfrente.
Sí que combaten paganos con otros paganos,
hombres con dos nombres unidos con guión cierran la
entrada
al embarcadero.
Hechizan palinodias nuestro oído
mientras en la trifulca se alzan nuevas detracciones,
acaso, a veces.
Después esto también se fue.
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john ashbery
un país mundano
a worldly country
traducción daniel aguirre oteiza
lumen
america the lovely
If it’s loveliness you want, here, take some,
hissed the black fairy. Waiting for the string quartet,
on the comer, denatured I wondered what the heck.
I’ll have some too. They call it architecture,
I was told. Anything to sift the discerning
from the mob-capped mob, their stiffened fright wigs
marching against the breeze improbably back
into colonial dreams and days. See that polecat?
He’s yours, if you want it. Only be careful what you ask for,
she warned. Here in hither Tartarus we have names
for jerks like you. Flustered, I released the emergency brake,
turned to warn the approaching others.
This was the real thing:
The flash comes handily, signs of its musing scattered next
day
like hoarfrost. The glittering, the of-two-minds
pause to share a winter pear and notes on decomposition
glued to the door of the fridge.
Was it for this we journeyed so far
by prairie schooner from reassuring Pennsylvania?
Believe the nights are bleak now,
though perhaps no more than our earliest attempts
at love poetry in a house across the street.
Pagans do combat with other pagans,
men with two hyphenated names block access
to the embarcadero.
Palinodes charm our hearing
as new strictures emerge in the ruckus, belike, betimes.
Then it too went away.
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