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BOUNDARY ISSUES
Here in life, they would understand.
How could it be otherwise? We had groped too,
unwise, till the margin began to give way,
at which point all was sullen, or lost, or both.
Now it was time, and there was nothing for it.
We had a good meal, I and my friend,
slurping from the milk pail, grabbing at newer vegetables.
Yet life was a desert. Come home, in good faith.
You can still decide to. But it wanted warmth.
Otherwise ruse and subtlety would become impossible
in the few years or hours left to us. «Yes, but . . .»
The iconic beggars shuffled off too. I told you,
once a breach emerges it will become a chasm
before anyone’s had a chance to waver. A dispute
on the far side of town erupts into a war
in no time at all, and ends as abruptly. The tendency to heal
sweeps all before it, into the arroyo, the mine shaft,
into whatever pocket you were contemplating. And the truly lost
make up for it. It’s always us that has to pay.
I have a suggestion to make: draw the sting out
as probingly as you please. Plaster the windows over
with wood pulp against the noon gloom proposing its enigmas,
its elixirs. Banish truth-telling.
That’s the whole point, as I understand it.
Each new investigation rebuilds the urgency,
like a sand rampart. And further reflection undermines it,
causing its eventual collapse. We could see all that
from a distance, as on a curving abacus, in urgency mode
from day one, but by then dispatches hardly mattered.
It was camaraderie, or something like it, that did,
poring over us like we were papyri, hoping to find one
correct attitude sketched on the gaslit air, night’s friendly takeover.
[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]DIVISIONES DE DIVISORIA
Aquí, en la vida, entenderían.
¿Cómo podía ser de otro modo? Habíamos tanteado también,
sin modo, hasta que el margen comenzó a ceder paso,
punto en que todo estuvo hosco o perdido o ambos.
Ahora era hora, y no quedaba otra.
Tuvimos una buena comida, yo y mi amigo,
sorbiendo del barreño de la leche, tratando de agarrar verduras más recientes.
Aun así la vida era un desierto. Ven a casa, de buena fe.
Aún puedes decidir hacerlo. Pero quería calidez.
De otro modo treta y sutileza se volverían imposibles
en los escasos años u horas que nos quedaban. «Sí, pero…»
Los icónicos mendigos se alejaron a rastras también. Te lo dije,
en cuanto sale una brecha se convierte en abismo
antes de que haya tenido nadie ocasión de titubear. Una disputa
al otro lado de la población desata una guerra
en nada de tiempo y acaba igual de bruscamente. La tendencia a curar
arrastra todo a su paso, adentro del regato, el pozo de la mina,
adentro de cualquier bolsillo que estuvieras contemplando. Y los realmente perdidos
compensan por ello. Siempre somos nosotros quien tiene que pagar.
Tengo una sugerencia que hacer: tira del aguijón hasta sacarlo
tentando tanto como te apetezca. Enluce las ventanas por completo
con pulpa de madera contra la melancolía del mediodía cuando propone sus enigmas,
sus elixires. Proscribe decir la verdad.
Ese es el punto, sin más, según tengo entendido.
Reconstruye la urgencia cada nueva investigación,
igual que un terraplén de arena. Y la socava otra reflexión,
causa de su consiguiente desmoronamiento. Fuimos capaces de ver todo eso
de lejos, como en un ábaco curvado, en la modalidad de urgencia
desde el primer día, pero para entonces los despachos apenas importaban.
Lo que importaba era la camaradería o alguna cosa así,
que se empapaba de nosotros como si fuéramos papiros, esperando encontrar una
actitud correcta esbozada en el aire alumbrado con gas, amistosa adquisición de la noche.
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Poemas de Planisphere. New York: Harper, 2009
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