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[ezcol_1half]
un humor de tranquila belleza
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La luz de la tarde era como miel entre los árboles
cuando me dejaste y caminaste hasta el final de la calle
donde terminaba abruptamente el crepúsculo.
El puente levadizo, similar a un pastel de boda, descendió
hasta la tímida flor del nomeolvides.
Tú subiste a bordo.
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Ardientes horizontes pavimentados de pronto con piedras de oro,
sueños que tuve, incluyendo el suicidio,
soplan el globo de aire caliente y lo alejan.
Está reventando, está a punto de reventar
con algo invisible
justo durante estos días.
Nosotros escuchamos, y a veces oímos,
algo que se acerca
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y hacemos que la sangre descienda, y cosas así.
Los museos se tornaron entonces generosos, y vivieron en nuestro aliento.
[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]a mood of quiet beauty
Burnt horizons suddenly paved with golden stones,
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john ashbery
Uncollected Poems
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Leer un poema no es realmente leer, sino soñar. Me ha pasado leer durante años (y no exagero) algunos poemas hasta que un buen día he tenido de pronto la gana, o la ocurrencia, o la brillante idea, de leerlo una vez para ver qué es lo que dice. Y de pronto uno descubre cosas que siempre habían estado allí, como unos caracoles blancos en el fondo de un charco que uno no veía simplemente porque ajustaba sus ojos para ver las nubes reflejadas. Leer un poema es ajustar los ojos aquí o allá, en diferentes niveles y profundidades de las palabras.
Tomemos, por ejemplo, este poema de John Ashbery, que está en sus Uncollected Poems, en el primer tomo de la Library of America de sus poesías completas. Cuando leemos el título, ya sabemos que el poema nos va a gustar. No, sabemos en realidad que nos gusta, o quizás incluso que nos gustaba. Podríamos leerlo o no leerlo, ya que estamos convencidos de que ese poema nos gusta. Pero no tenemos nada mejor que hacer, de modo que empezamos a leerlo. Leemos los tres primeros versos y nuestra suposición se confirma, dado que se trata de un poema muy bello.
Cuando sigo leyendo, me doy cuenta de que estoy leyendo poseído de un enorme deseo, el deseo, la voluntad, de hacer que ese poema sea hermoso. Una quiebra en la música y todo el encanto se desvanecerá. Pero hay que entender la música, saber de qué tipo de música se trata. Por eso hay que leer los poemas tantas veces: por la misma razón que hay que oír una pieza musical varias veces para acabar de comprenderla.
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Andrés Ibáñez
Revista de Libros RdL
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