josé fdez. de la sota

con antonio gamoneda

 

 

 

 

 

P—Gamoneda transmite en cada uno de sus libros la sensación de seguir indagando sobre la realidad a través del lenguaje poético.

Si por indagación se entiende propósito apriorístico y trabajo metódico orientados a conocimiento, no, yo no hago indagación ni investigación. Pero, si se me acepta que el lenguaje poético no es un lenguaje informativo ni representativo, sino un lenguaje de creación y revelación, puedo decir que sí, que yo busco una realidad. Pero ¡cuidado! Yo me muevo hacia una realidad que quizá no existía antes de ser nombrada (creada) por el poeta, o que existía pero era una realidad desconocida, oculta, que se manifiesta en un acto de revelación.

En ambos casos (que, en rigor, vienen a ser el mismo), el conocimiento no se da en la descripción, la referencia, la imitación o la ornamentación de la realidad, sino en un hallazgo lingüístico que le confiere existencia intelectual y materialidad verbal.

La poesía no necesita consistir en un “como si”, en una verosimilitud. No lo necesita porque ella misma, la poesía, -verosímil o inverosímil, da igual- es por sí misma y en sí misma una realidad.

Mi escritura (no me gusta decir “mi obra”) sigue creciendo moderadamente. La poesía se corresponde mejor con la juventud. Alguna zona del mapa cerebral, encargada de hallar la palabra creadora o de revelación, envejece, al parecer, antes que otras.

Decía Claudio Rodríguez que los poetas, como los yogures, tienen fecha de caducidad. Tengo encargado a no menos de tres personas (jóvenes y solventes en el orden crítico, por descontado) que me avisen en cuanto adviertan que empiezo a “patinar”.

 

 

P– El ritmo es esencial en sus poemas, pero en sus libros últimos aparece de un modo diferente, a menudo emboscado en la prosa.

-Sí, el ritmo, un componente musical, ya que el pensamiento poético es música en su origen, el ritmo es casi todo y yo acepto gustosamente eso de que, en mi caso, “aparece emboscado en la prosa”.

Aún añado más: he llegado a una situación en la que, cuando escribo con voluntad poética, en cada instante de la escritura no sé bien ni me importa si estoy en el verso o en la prosa.
Sí me importa, contrariamente, sentir que estoy en la rítmica. Esto significa que yo creo muy poco en la división tradicional y académica de los géneros literarios.
Yo pienso que la poesía no es literatura. Galdós es un gran literato; San Juan de la Cruz no es un literato.
La literatura, en sus casos nobles, comporta una referencia a la vida; pero la poesía es autorreferencia y, también en sus casos nobles, es, lo diré, la emanación de la vida.

 

 

P– Usted ha escrito: “La poesía existe porque existe la muerte”.

Algo muy parecido. Lo que he dicho es que “la poesía existe porque sabemos que vamos a morir”.

La poesía, incluso técnicamente, es un arte de la memoria; la memoria es, siempre, conciencia de pérdida (tenemos memoria de lo que ya no es, de lo pasado, de lo que ya no está con nosotros); simultáneamente, tenemos también conciencia, queramos o no, de que avanzamos hacia la muerte. En ese caso, nos guste o no nos guste, la poesía es el relato de cómo avanzamos hacia la muerte. Y esta afirmación vale lo mismo para la poesía “placentera”; de una manera u otra, vamos hacia la muerte y lo decimos.

 

 

P– “Los hombres mueren y no son felices”, decía Albert Camus.

Camus dice verdad, aunque puedan existir pequeñas “felicidades” transitorias. Sólo añadiré que, en la disparatada hipótesis de que no hubiera muerte, tampoco seríamos felices: la infelicidad sería eterna.

 

 

P– Su libro Blues castellano se abre con una cita de Simone Weil: “La des- gracia de los otros entró en mi carne”. En su poesía hay una gran com- pasión hacia el ser humano, pero poca esperanza.

Sigue siendo válida, en mi conciencia, la cita de Simone Weil. En el Blues, en un poema del Blues, se dice: “Me dispuse / a una fraternidad sin esperanza”. Sigo en ella.

 

 

P– Para usted, la vida en la provincia, su residencia en una ciudad como León, más que una condena, se diría que ha sido algo benéfico.

Me he esforzado por evitar la vida -y la “movida”- madrileñas.
En todo caso (repito también esto con frecuencia) la pasión más fuerte de un escritor de creación se da en la reunión de un hombre solo, un papel en blanco y silencio.

 

 

 

P– Se acaba de celebrar en Bilbao un congreso sobre Blas de Otero. Creo que usted le conoció en León.

Conocí a Blas de Otero hace más de cincuenta años. Andaba por España con Agustín Ibarrola. En León estuvieron bastantes días. Su interés y sus manifestaciones sobre mi escritura fueron para mí muy estimulantes. Blas era un hombre extraño y afectuoso. Su poesía, esto lo tengo claro, influyó seriamente en lo que yo hacía en aquel entonces.

 

 

P– ¿Cree que la poesía en castellano atraviesa un buen momento?

No. Existe una poesía que ha sido “oficializada”. Se trata de la cotidianidad, de la claridad informativa y de cosas así.
Si la poesía no puede hacer otra cosa que la que hacen los instrumentos mediáticos, la poesía sobra.

La poesía que rehuye la tradición iniciada hace quinientos años, más o menos, tradición que consiste en crear un lenguaje positivamente alejado del establecido por el poder, es una poesía reaccionaria, ligada al pensamiento débil y vinculada también, consciente o inconsciente- mente, a las conveniencias actuales de los neoliberalismos.
Con esas conve- niencias armoniza lo que antes dije, lo establecido, la significación no cuestio- nada, la palabra que no altera y apenas significa (me cuesta trabajo acudir al tópico) fuera de lo “políticamente correcto”.

A la injusticia establecida, por ejemplo, no se combate con el ingenuo realismo de los viejos (y yo entre ellos) poetas sociales, y tampoco con los minirrealismos del momento, sino con la subversión lingüística. El que quiera entender, que entienda.

 

 

P– El poeta, ante todo, ¿debe hacerse preguntas?

El poeta, lo parezca o no, está siempre interrogando al lenguaje. “Este saber no sabiendo”, que decía Juan de la Cruz, es una potencia interrogativa.
Yo mismo, puedo decir con total sinceridad que no sé lo que pienso hasta que no me lo dicen mis propias palabras. Esto supone que yo me interrogo a mí mismo en las palabras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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