alma mahler hotel 

 

 

Vago por los pasillos de este hotel

construido en los años veinte

(cuando los gangsters, la prohibición,

cuando Al Capone, emperador de Chicago).

Recorro los pasillos fantasmales de un hotel

que ya no existe, o que no existe todavía

porque están erigiéndolo delante de mis ojos,

piso a piso, día a día,

a lo largo del mes de abril de 1991:

es una proa que navega hacia Times Square,

en donde encallaré

No estuve aquí, no estaré aquí

para ver su culminación en la planta 40,

revestido por la cota de malla nocturna

—lluvia frenética de estrellas

de luciérnagas rojas, verdes, amarillas, azules,

que proclaman el triunfo de las tecnologías

made in Japan, in Germany; in U.S.A.

Este hotel (y si he dicho otra cosa,

ahora me desdigo) fue construido en 1870.

Habrá quien pueda asegurarme

que no es sólo una pesadilla

que va a desvanecerse al despertar?

Me detengo —no puedo continuar—

ante la puerta de la habitación 312.

Soy un viajero que ha llegado

de otro nivel del tiempo

pero no sé si pasado o si futuro

(ya no estoy seguro de nada).

Puede que aún no haya llegado,

que no haya estado aquí jamás,

que ni siquiera exista yo,

o que no sea real mi sufrimiento.

“Alma, mi amor” le grito susurrando,

le susurro, gritando, ante la puerta,

los brazos extendidos,

en la mano la espada flamígera,

para que no transpongan el umbral

del paraíso recobrado en esta habitación;

para que no me hieran.

“Alma, mi amor, no entres”.

No quiero que suceda lo que ya sucedió,

lo que va a suceder.

No me ven ni me oyen.

Penetran a través de mí: soy humo

ellos son humo.

Oigo sonar la transparencia helada

de las copas; pronuncian

palabras que no querría escuchar,

confundidos sus cuerpos en el éxtasis.

“Alma, mi amor, siempre me herirás”.

Me abro las venas, me desangro,

como el afluente en el río caudal,

por el torrente de mi música.

Ella restañará la herida,

contendrá, piadosa, la hemorragia.

“Alma, mi amor” , y nadie escucha mis palabras.

Este hotel fue derruido

en 1870, en 1920, en 1991.

O acaso nunca haya existido.

 

 

 

 

poesía Hiperión, 326

JOSé HIERRO

CUADERNO DE NUEVA YORK

Undécima edición: noviembre, 2000

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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