juan eduardo cirlot
el peor de los dragones
antología poética 1943-1973
Libros del Tiempo Siruela
de ontología
1950
7
Tengo un hambre sobrenatural de objetos naturales.
9
La cosa en sí tiene forma radiante.
12
Idioma es toda coherencia de elementos expresivos.
Toda secuencia.
26
No debe confundirse unidad con simplicidad.
No existe nada que sea simple.
33
Muerte no es solamente la terminación personal.
Muerte es todo cese.
Siempre que lo más mínimo se separa, se experimenta la muerte.
49
La belleza es la ilusión de la trascendencia.
Por la figura quiere la caótica materia llegar a ser idea.
Pero la muerte no le permite perpetuarse.
84
Los símbolos son objetos de doble aspecto.
Explican y, a la vez, realizan, actualizan, el significado.
El más importante de todos los símbolos hallados por la humanidad,
la cruz, realiza el misterio del ser.
Es una unidad compuesta de dos unidades contrarias;
vertical y horizontal, ser y no ser, vida y muerte.
85
Todo lo que no es consciencia del ser es expresión del ser.
86
De ese carácter expresivo se deriva el interés de todo lo que existe.
Expresar, en este caso, es ayudar inconscientemente a la labor
del pensamiento puro.
87
El espacio de la acción se reproduce en el tiempo.
88
El sufrimiento sexual es obra del espacio.
98
Todo hombre puede oír su abismo interior. La consciencia es un espacio.
108
Hay que estar en algo sin perder el todo.
120
Y, ¿qué es lo lejano? El límite de la belleza y de la fuerza del ser.
Porque el espacio es obra del movimiento de expansión.
Y el movimiento es obra de la acción irremediable de lo íntimo que crece,
surgiendo hacia sí mismo, y rompiéndose para crear la ilusión de
una trascendencia o exterioridad del ser.
126
La muerte es el reino de lo oculto; de lo que está pero no ha aparecido.
133
El hombre es el mediodía del ser.
141
Todo lo que se dirige a la belleza y la exclusiva consciencia de su separada
existencia cumple una fase de su destino.
Pero cuando algo se halla cerca de su perfección, empieza a iluminarse
con luz negra.
El sentido de la muerte lo penetra y, en la agonía de saber que debe aspirar
a la común disolución y de querer, no obstante, perseverar en sí, se realiza
la más penosa idea de la crucifixión existencial.
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