julieta valero
de Los heridos graves
deseo:
I · transcurso
II · memoria
deseo
I
transcurso
Provienes de una raíz de ausencias, de un último
verano de ausencias
y eres suma de tristeza común como hueso.
Tienes la materia de los astros, de aquello tan grande y
mineral tan puro que han de pesarlo niños
desaparecidos.
Por eso tu efecto es devastador al modo de los pájaros.
Ay de mí que asomé sonriendo por todo lo minúsculo.
* * *
El deseo te dio alcance por la espalda mientras tú
hacías ver que eran las palabras las que abrían tu
cuerpo.
* * *
Yo leería tu cuerpo bajo una luz de bondad de no llevar
estas sandalias pesadas de circunstancia.
Te pienso porque sufres de un mal que conocí y
porque distingo en ti la belleza que sucede a todo lo
ulceroso.
Yo también fui tan alta.
En los Heridos Graves hay una belleza redonda hasta
hacerme llorar.
Tratáis a la vida de un tú neonato y vuestra piel es
continua ante las horas.
Tu dolor es el espectáculo donde pueden verse más
desnudos y más sangre blanca. A tu lado es fácil ser
bíblica y beneficiosa.
A tu lado pernocto en mis conclusiones, en todo
cuanto acerca a la evidencia de las higueras.
* * *
No podemos tocarnos pero los insectos están en
contacto con las sagradas escrituras y con lo que
dicta ese vientre.
Cantar de los Cantares, vivo en tu boca. Nadie me
alimenta y en las noches al raso me pregunto acerca
de una huida hacia las tierras prohibidas.
Tu garganta, tu hígado, los vapores que se
desencadenen en torno a nuestras cinturas me
aterran.
Pero sólo puede haber victoria en el suicidio.
Los grabados antiguos muestran príncipes victoriosos y
siempre se ve sangre.
Eres una deflagración; no debo tocarte y sin embargo
vivo en tu boca y trabajo en tu recuerdo.
* * *
Nos encontramos en la heráldica de todo lo que no
puede existir; ése es nuestro pan.
Si te besara, ya estaría besando menos; me crecería
una carta de navegación en la mano.
Y no debo encontrarte; he perdido todo lo que rodeé
con mis pasos. Ahora sólo me aplico en la cábala de
andenes y estaciones.
Pero yo también fui tan alta.
* * *
Tu amor, tu amor de médula y salas cerradas.
Tus ojos de ósea tristeza, tu mano de noble camino del
cadalso.
Pero nadie puede hacerte reír los ojos.
Fracasaron juglares sin hambre llegados de muy lejos.
Nada pudo el polvo de la ironía extendido por las
calles.
Tus ojos, tus ojos, emblema de desgracias que acaso
ignores.
Tu amor de patio prolongado en las caderas, en la
soledad.
* * *
Si te besara retrocedería en el conocimiento de tu
saliva, de los grados en que habita esa carne roja.
Y no quiero que te integres en el género de los
mercados.
Hay especies innombradas, intocadas, insepultas.
No quiero que existas, Tierra a dos, transcurso, agua
subterránea.
No quiero, es verdad lo que digo.
* * *
Pero estás vigente.
Y no tienes vergüenza ni límites en tu expansión,
parábola de renuncia,
rebosas los muros, la hidra, todo impedimento;
golpeas cuanto construyo.
Cubres mi cuerpo con tu piel, tu monarquía.
Nunca debí abrirte la puerta.
Nunca debí pensar que ya la casa, ya el corcel.
* * *
La tienes.
Es su olor aún más amplio de lo que imaginaban tus
arterias.
Se ha instaurado la esperanza como punta de ola,
susurro de otra orografía; suma de ramas de a saber
qué selva.
¿Coincide ahora el espacio que regla tu mirada con
aquello que humedece tu aliento?
¿El aliento que entona tu boca con el que gritan tus
cabellos más tímidos?
* * *
Te he herido. Te he herido, no escondas la sangre —
algo aprendí del hermano lobo—, puedo oler las
fallas, la carne que se abre sonriendo, te he herido.
Te he infligido no sé qué sustancia, bocado o paisaje.
No de muerte, no de otra ciudad, otra vida, pero estás
sangrando.
Y en mi rostro la sorpresa del homicida adolescente.
Es tu dolor, sus señales que crecen en cuanto pozos y
en cuanto ángel caído al reino más animal los habito
y decoro: mi antojo de artes primitivas.
Mírate la línea que hermana vientre y consentimiento.
Hay un latido, un aviso, hay muebles en desorden.
«¡ Pero cómo, quién, por dónde esta agua y su
ausencia de ruido!».
Yo te dije. Yo me presenté con el grito que se exhala
ante la belleza.
Con insignias, con pavor, con armas en la mano.
II
memoria
El otoño es una promesa de sucesos y barcos, una
Jerusalén de noches dislocadas.
Tiene carreteras solitarias como muslos y una luz que
invita a la ferocidad y a creer en la belleza de rectas
y precipicios.
Es mentira su sinfonía de pérdidas verticales, el
acuerdo general para el llanto.
En verdad se reconoce a octubre por la máscara
veneciana y el sexo frotándose las manos.
Te hice el amor en cada instante despoblado de
cuerdas y deber.
Te hice el amor en cada ocio y cuando no lo tuve te
hice el amor en atascos y rutinas, por calles en las
que, inmóvil, corría tras la súbita herida en el pecho,
tras el desmayo.
Te hice el amor cuanto monte soy capaz y fue mi
frente un universo que dejaba al Pacífico en relato
de ciclos sencillos, de agua y cantidad.
Hice cuanto pude por arruinarme.
El deseo es un hueso al que nadie puso nombre.
* * *
Cuando encontraba una ruta (de las que confieren cien
años más de vida), la frecuentaba hasta ser
reprendida por los ángeles, de una parte, y por
expertos criadores de mapas y arrojo, de otro mar.
Eran mis maestros y querían que frecuentara los
caminos descubiertos por civilizaciones antiguas.
El objeto de mis viajes era multiplicar el aire de aquel
otoño.
El objeto de mis viajes era encontrar el espejo que
detiene al hombre y su triste proliferación de
células.
No. Mi aventura consistía en retroceder y
encaramarme a la cima de mi alma; allá los años
veinte cuando amar devenía en unidad y desayuno.
Porque yo también fui tan alta…
Pero no. En verdad partía para salvar la vida.
El deseo es un órgano vital, como el arpa en las
batallas.
Valero, Julieta. Los heridos graves. Musa a las 9
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