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julieta valero
ficción con el dedo corazón
alta velocidad
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Pero si hablar de mí ya no procede…
¿Dónde veré reflejado el modo en que no existo.
Qué será de la Navidad si prohíben las luces?
Y cómo darás conmigo tú, entrenada para rastrearme en los bajos
de nuestros antepasados.
La camarera entró patinando desde la oficina del paro y nos
puso café y menú sobre la mesa sin hacer(se) preguntas:
— Esta es la frase del día:
«En artes plásticas la vanguardia puede residir en ser visceral;
en poesía consiste en ser honesto».
Al dar la luz, blanditos, roedores, los corresponsales corren
a llamar a sus despachos: «Malas noticias, pero no sé por
qué. Escribe, de momento, que el estilo manierista de la vida
contemporánea no es inherente a la condición humana; al
cierre te cuento más».
Mientras, en Nueva Zelanda, en el cobertizo de la vieja señora
McKenzie descubrimos cientos de antiguas películas de
nitrato: por lo visto su marido inventó la historia del cine antes
de que sucediese… Murió poniendo en plata la batalla del Ebro,
joven, ignorado por un estadio clamoroso.
Dando por imposible una rehabilitación del Romanticismo,
temimos entonces por los ancianos, ¿cómo extraer
retrospectivamente sus galones sin una hemorragia mortal?
Respecto a los jóvenes, alguien vino a tranquilizarnos; la falta de
plasma agudizaría su ingenio.
Con sus vestidos de verano, apoyadas en la tapia del camposanto,
las Trece Rosas Rojas terminan de ver nuestra première; se
lamentan, sonríen con ternura:
Avantgarde intrepidísima ponerle apellido a los huesos.
Subjuntivo, subjuntivo país.
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