la bruja de pissendorf
cuento e invitación para agotados
I
A partir del alba, cuando se ciegan sobre su párpado
negro los pozos de la magia y estantes llenos de libros y
objetos sin familia fabrican la luz y es además seguro que
ella ha cesado de alimentar su sed de sabiduría y su deseo
con la grupa de la escoba, sólo entonces, al amanecer,
está permitida la entrada.
Su casa se halla en un bosque cuyas hojas, mecidas
por el viento, por la luz o por manos invisibles, cantan en
una lengua que suma todas las posibles raíces y que toca
las escamas del recuerdo de aquel que las escucha.
Hay alimentos dispuestos en el borde del camino que
responden inexplicablemente al capricho de los
andantes. Apoyados en troncos gigantescos hombres y
mujeres se sientan a comer, casi siempre en un silencio
natural como el canto de los peones niños. Sin transición
se descubren a sí mismos riendo con ternura por las
torpezas de pasados cortejos mientras ultiman
suavemente las más increíbles cópulas. Entienden así que
todos los cuerpos se conocen hace tiempo y prosiguen su
camino.
Y hay, a medida que se avanza, un desasosiego
infinito. Es el orden de las mareas y el sabor de la propia
boca.
Amanece.
Si eres un hombre, adivinará tu amor hacia perros y
otras hermosas criaturas mientras lame tu mentón y
calcula el número de estatuas griegas que contiene en
verdad tu esqueleto o el tiempo que tardaría el dolor en
hacerte gritar su nombre una vez que estuvieras en el
fragor de la batalla, cenando con tu esposa bajo toldos
de verano.
Si eres una mujer sabrá todo eso desde mucho antes de
que tomaras el sendero lechoso que conduce al claro
donde se yergue con engañosa opacidad su palacio. De
barro y madera.
Si en la memoria de tu vientre se confunden hombres y
mujeres en una sola lengua y el mal de los senderos que se
bifurcan te tiene el alma cansada y el pecho en un
infértil alboroto, ella te hará bien.
Serás empujado lánguidamente al rincón en que se
pronuncia el propio nombre ante un espejo que se sabe
mal pulido pero ya no pide perdón.
II
invocación
Venid.
Venid a partir del alba.
Venid todas las almas de la ceguera y el interludio a buscar vuestra mortalidad.
No está la altura en renunciar a la carne
ni tampoco en la sonda salvaje que destilan las cepas.
Que no hay altura, tan sólo suficiente iluminación.
Venid, pues,
el hombre con pies de altar que viola la anarquía
de los astros pidiendo una lluvia que designe las
cosas
el que orina haciendo públicos sus licores y espera
que niñas, padres y edificios adoren sus huellas y
les digan «infinita»
la joven pareja que semillea el desierto y siente
orgullo
el libertino imperdonable, el que pone la
esperanza
en su suma de pieles, espejo y rendición
y el corsario de músculos furiosos y madre
insuperable
y el que apenas sospecha su hermosura
venid todos a morder los pechos de la muerte
que la Bruja os acoja en su fuente redonda y par.
Entonces, una desesperanza tan pura
tras la que sólo quede, al fin, existir.
julieta valero
de Los heridos graves
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