julieta valero
valero
los heridos graves
para tratar con el mono
graves
valero
tratar con el mono
para tratar con el mono
para tratar con el mono
He llegado hasta el mono.
Me quedo una jornada,
por la levedad y la ternura.
Le miro romper el agua
genético, estruendoso;
así se entra en la niñez.
Le veo interrumpir el sueño de los árboles,
los planes del Sol, la presunción de las frutas.
Jinetea cinturas y lianas,
inaugura un festín
con todo lo que lleva a la boca.
A los cuerpos espulga el pudor,
a las horas el velo del orden.
Simpático y obsceno
por mandato de su elasticidad,
hasta las flores corrompe
sólo por que entiendan
qué lindas se ponen las cosas que se abren.
No camina, vaga hipnotizado por la luz.
No ama, se funde.
Entra y sale de una desdicha subterránea
y deja un brillante en cada atardecer:
Es real la alegría y dura
lo que dura una verdad sin marchitarse.
He llegado hasta el mono.
Me tiendo junto a él por esta noche.
Me espolean el olor,
el misterio de su unidad,
el pelo sin amparo,
la rosácea fragilidad de su culo.
Duerme sosegado.
A salvo de bisuterías,
transparenta la belleza del hueso
cuando busca y se expande.
Comparte conmigo su almuerzo.
Me mira y me confunde con la evolución. Me
toca.
Duda y sonríe desde el saco de su vejez. Pero me
toca.
Caminamos buscándole los claros a la selva.
Le evito los espejos
—lo mismo se enamora
que le tienta el añico—.
Diluido en el impulso a veces pierde
el ritmo y la edad.
Yo permanezco a su lado, toco mi flauta
y distingo su dolor:
El mono se quiebra sin arpegio,
llora lloviéndose por dentro
y puede orquestarle la angustia
mientras pela su extinción y su banana.
Criatura ambiciosa,
quien le dijo que pusiera el Paraíso
en todo lo que encuentra
le dio el grial pero le echó de casa.
Yo he llegado al mono.
Sé que toco con mi mano
el pomo del vértigo, la nuca de la intensidad.
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