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julieta

valero

 

 

terapia

 

 

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Pago para que me adoncellen.

Perder pie y acogerse a la amenaza de las llanuras,

la broma del mar, el desierto que propone:

ama la corrosión de la soledad

y ten fe en la memoria del ombligo

en todo lo que germina y se alzará

 

pese a las ganas de ser congelado

de ser devuelto a la gran bola que sé yo

perderos de vista, el aliento, el olfato.

 

Pero somos construcción, no hay otra.

Luchar, lavarse o entran los gusanos

y aquí no queda nada.

 

Pago también por la trashumancia

y las primeras nociones de astronomía

—ya no tengo adonde ir ni a quien darle

mi beso, el de todos sus kilos—.

 

Me alquilo un padre que sí me mira.

Cuidados de desamor, me pago un ancla

—runas de lo que faltó, runas del exceso—

hasta alcanzar la ciudad posible, toda humo.

 

Y no importa; se transa en cada movimiento,

no hay mano sin mercader.

 

Pago para desaprender la sustitución.

Hay que estar loco, sí, pero ya basta:

que si madre por la piel tuberculosa

por la belleza monacal que a su vez

por los ojos empozados que se fueron

porque vino el pelo en pecho

con el verbo como flor, el pan fácil

y el kinder, claro…

 

Perturbada, realmente

o es que creo en la felicidad

en las injusticias cometidas por la palabra equilibrio.

 

En la felicidad, sí, qué vergüenza.

 

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julieta valero

 

de Los heridos graves

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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