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julio cortázar
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la vuelta al día en ochenta mundos
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para una
antropología
de bolsillo
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todo lo que ve lo ve blando
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Conozco a un gran ablandador, un sujeto que todo lo que ve lo ve blando,
lo ablanda con sólo verlo, ni siquiera con mirarlo porque él más bien ve que
mira, y entonces anda por ahí viendo cosas y todas son terriblemente blandas
y él está contento porque no le gustan nada las cosas duras.
Hubo un tiempo en que a lo mejor veía duro, tal vez porque todavía era
capaz de mirar, y el que mira ve dos veces, ve lo que está viendo y además es lo
que está viendo o por lo menos podría serlo o querría serlo o querría no serlo,
todas ellas maneras sumamente filosóficas y existenciales de situarse y de situar
el mundo.- Pero este sujeto un día hacia los veinte años empezó a no mirar
más, porque en realidad tenía la piel suavecita y las últimas veces que había
querido mirar de frente el mundo, la visión le había tajeado la piel en dos
o tres sitios y naturalmente mi amigo dijo che, esto no puede ser, entonces
una mañana empezó solamente a ver, cuidadosamente a nada más que ver,
y por supuesto desde entonces todo lo que veía lo veía blando, lo ablandaba
con sólo verlo, y él estaba contento porque no le gustaban de ninguna manera
las cosas duras.
A esto un profesor de Bahía Blanca le llamó la visión trivializante, y era
una expresión muy afortunada por ser de Bahía Blanca, pero mi amigo no
solamente se quedó tan pancho sino que al ver al profesor lo vio como es
natural sumamente blando, lo invitó a tomar cocktails a su casa, le presentó a
su hermana y a su tía, y la reunión transcurrió en un ambiente de gran blandura.
Yo me aflijo un poco porque cuando mi amigo me ve siento que me pongo
completamente blando, y aunque sé que no se trata de mí sino de mi imagen
en mi amigo, como diría el profesor de Bahía Blanca, lo mismo me aflijo porque
a nadie le gusta que lo vean como un flan de sémola, y que en consecuencia
lo inviten al cine donde pasan una de cowboys o le hablen durante un par
de horas de lo bonitas que son las alfombras de la embajada de Madagascar.
¿Qué hacer con mi amigo? Nada, claro. En todo caso verlo pero nunca
mirarlo; ¿cómo, pregunto, podríamos mirarlo sin la más horrible amenaza de
disolución? El que solamente ve, solamente ha de ser visto; moraleja melancólica
y prudente que va, me temo va más allá de las leyes de la óptica.
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