Dancer Egypt – Anónimo
Pintura egipcia antigua: bailarina, encontrada en Tebas,
ahora en el Museo Egipcio de Turín;
pintura sobre piedra caliza, 10,5×16,8cm, 19 dinastía, c.1300 a.C.
De pronto, desde el más completo anonimato, nos llega esta espléndida danzarina egipcia;
tiene algo de arácnida en una primera impresión, que se disipa enseguida cuando vemos su trole
y su cuerpo como un estandarte desplegado al viento y esa melena negra, desbordante y ondulada
con la que no cabría en un ascensor y con la que barre el suelo de hojarasca.
Los larguísimos dedos de sus pies no se acaban, y sus finas pantorrillas son de grosor uniforme,
y los muslos ya se ensanchan mientras suben, y en ese vientre altiplano se podría comer,
y los pechos están exactamente equilibrados entre su natural caer hacia abajo y el caer hacia arriba
de la invertida posición de danza y, con esos brazos interminables, la muchacha egipcia podría
rodear el cuello personal de su amante dándole varias vueltas de amor.
Sus ojos negros de negra mirada no pierden la serenidad ni en lo más dislocado del trance, del salto
mortal hacia atrás, y se mantienen, cejas arriba, con la dura seriedad de la profesional que sabe hacer
su trabajo dentro de su trabajo.
El lóbulo de su oreja no suelta el pendiente de aro, y la expresión bocabajo de su cara acompaña
la tremenda elegancia del gesto.
Esta bailarina, con los dedos de las manos y los pies quizá adherentes, debía de tener cantidad de
novios en aquel tiempo faraónico y cruel, debía de estar muy solicitada para salir de copas entre las
pirámides, con los tacones altos y el vestido ajustado, allí, cuando entonces, cuando todas las noches
eran de luna llena.
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