The Cool Web

 

Children are dumb to say how hot the day is,
How hot the scent is of the summer rose,
How dreadful the black wastes of evening sky,
How dreadful the tall soldiers drumming by.

 

But we have speech, to chill the angry day,
And speech, to dull the rose’s cruel scent.
We spell away the overhanging night,
We spell away the soldiers and the fright.

 

There’s a cool web of language winds us in,
Retreat from too much joy or too much fear:
We grow sea-green at last and coldly die
In brininess and volubility.

 

But if we let our tongues lose self-possession,
Throwing off language and its watery clasp
Before our death, instead of when death comes,
Facing the wide glare of the children’s day,
Facing the rose, the dark sky and the drums,
We shall go mad no doubt and die that way.

 

 

La fría telaraña

 

Los niños son mudos para decir qué caluroso es el día,
qué caliente el aroma de la rosa de verano,
cuán terribles los negros desiertos del cielo vespertino,
qué espantosos esos erguidos soldados tocando el tambor.

 

Pero tenemos palabras, para calmar el molesto día,
y hablamos, para mitigar el cruel aroma de la rosa.
Escribimos alejándonos de la excesiva noche,
escribimos alejándonos de los soldados y del miedo.

 

Hay una fría telaraña de lenguaje envolviéndonos,
que retrocede por demasiada alegría o demasiado miedo:
Crecemos, verde mar, al fin y fríamente morimos
con salobridad y volubilidad.

 

Aunque si dejamos que nuestras lenguas pierdan su autodominio,
liberándose del lenguaje y su acuoso abrazo
antes de nuestra muerte, en vez de cuando llegue,
ante el ancho resplandor del día de los niños,
ante la rosa, el oscuro cielo y los tambores,
enloqueceremos seguramente y así moriremos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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