la intemperie interminable
Tal vez hayamos pasado alguna vez por la intemperie interminable, o no, o puede que ni supiéramos
que existe un lugar con ese nombre. En cualquier caso, no importa demasiado: lo que nos interesa
son los muchachos de la intemperie, que son los que, con más frecuencia, escriben poemas o, simplemente,
van escribiendo lo que pueden.
Con sus palabras vienen a decir que es la hora de la hora, o que la nada se hace cada día más fuerte,
o que la gente siempre recuerda a la cantante.
Más allá del oído existe el oído del oído: es clarice, que dice lo que tiene que decir sin literatura: clarice,
con esos ojos verdes de una belleza maligna: ¿o no voy? voy, sí, y vuelvo para ver cómo están las cosas.
En la intemperie siempre, casi siempre corren vientos poderosos, que tal vez vienen del mar océano.
Es un lugar desapacible y puro. Busca en tu alma, busca: pero, ¿qué quieres?: solamente ver cómo eres
por dentro.
Quizá de manera insensata o temeraria, uno cree que es conveniente que haya poetas, que existan algunas
personas que tengan que escribir poesía: no sabemos por qué o para qué, pero sí sabemos que la poesía
es imprescindible.
Alguien tiene que hablar del perfume de las ciruelas que, rodando a tierra, se pudren en el tiempo, infinitamente
verdes. Alguien tiene que hablar de la llegada de la muerte a la lengua del buey, que cae a tumbos, guardabajo,
y cuyos cuernos quieren sonar.
Sin duda sabemos mucho más de las ciruelas que caen del árbol, o de la muerte del buey, pero sobre todo es
que lo sabemos de una manera propia, personal: en cierto modo, en alguna medida, comprendemos mejor qué
somos y qué no somos: cuánto tenemos de ciruela que se pudre en el tiempo; cuánto tenemos del buey al que
le ha llegado la muerte.
0 comentarios