A los 20 poemas de amor y la canción desesperada, 

opongo estos versos, los últimos del poema que

se titula Tango del viudo.

 

 

 

 

Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,

como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,


cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,


y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,


y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente


llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,


substancias extrañamente inseparables y perdidas.

 

 

 

Sin embargo, los 20 poemas son de 1924 y Tango del viudo es de 1928,

es decir, Neruda tenía unos 20 y unos 24 años cuando los escribió.

Pero en esos cuatro años de diferencia, había conocido y había vivido

con Josie Bliss, una mujer birmana.

 

 

En el poema 20, tal vez el más conocido, habla de una mujer de la que

estuvo enamorado, en términos paradójicos, muy eficaces porque

nos sorprenden: 

 

 

yo la quise, y a veces ella también me quiso

 

ella me quiso, a veces yo también la quería

 

ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise

 

ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero

 

qué importa que mi amor no pudiera guardarla

 

nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos

 

de otro. Será de otro. Como antes de mis besos

 

 

Si me refiero a la oposición entre los 20 poemas y Tango del viudo,

no es porque la muchacha o la mujer del poema 20 sea más bien

parte del paisaje nocturno, como las estrellas o los árboles blanqueados;

con sus grandes ojos fijos, sus ojos infinitos: como los astros

que se ven a lo lejos; o porque el amor entre ellos fuera y no fuera,

de modo irregular.

 

Parece que Neruda escribe de la noche, a la noche, en la que

también estaba aquella muchacha.

 

El talento verbal o poético de Neruda es enorme.

 

Considero que se oponen sobre todo en la densidad real

de cada uno de ellos:

el poema 20 es bonito, verbal y con juegos verbales,

con versos ya famosos y con toda la nostalgia

de Neruda, que viene a ser la alegría de su tristeza,

por así decir.

 

 

Los últimos versos del Tango del viudo echan de menos

a esa mujer de manera cruda, insoportable: no por sus besos,

ni por su cuerpo claro, sino por el sonido que hacía al orinar,

en la oscuridad, que tiene que concretar con cuatro

términos para atraparlo realmente, para hacerlo suyo.

 

 

Habían pasado solamente cuatro años, pero

Neruda, con Josie Bliss, aprendió algo importante,

que no sé qué es, pero que enriquece tremendamente

su poema.

 

 

 

 

 

 

 

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