ana maría moix
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Cerré la puerta. Bajé las escaleras. Tropecé con el sereno y se rompió el silencio.
Le supliqué con un gesto que no lo dijera y lo dijo: Hoy no vienen, señorita;
no les toca. Y aún no había vuelto yo la esquina oí cómo le iba con el cuento
al guarda de la taberna: Está loca esa chica. Cada día, a las doce, baja para abrir
la puerta a los muertos. Tuve que retener a tío Jacobo que quería retarle a un
duelo. Tío Jacobo murió antes del 36 y no estaba acostumbrado a la mala educación
de los serenos para con las señoritas.
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Pasaban de las doce de la noche cuando regresaba a casa, y juro que no bebí,
pero allí estaban los dos, jugando a cartas a la vuelta de la esquina. Eran dos sombras
para siempre enamoradas: Bécquer y Che Guevara.
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Con aquel disparo nunca sabré a quién quise matar. Llovía. Las sombras asomaban
por las esquinas de los muebles y bajo las cortinas. Tú disparaste desde
tu casa y yo desde la mía, en tiempos diferentes y, ya lo sabes, por causas muy
distintas. Cada cual se asesina cuando quiere, y aunque los amigos digan «fue
una muerte indigna», me han quedado, en el fondo, ganas de intentarlo de nuevo.
Aunque como de costumbre no sepa hacia quién dirigir el cañón de mi retaco.
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Y un solo de trompeta en la calle oscura al final del día.
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Dicen que con frecuencia se traslada uno en sueños. Solitario piensas o vuelas.
De entre luz y sombras no se regresa jamás. Allí crece la flor azul de Novalis.
Ave de suaves alas, si la rozas, morirás. No hay claridad. Cierra tus ojos si aún
tienes ojos: no hay bosques. Entre luz y sombra irreal parece la sombra de los
vivos, ave que nunca fuiste, ¿por qué franqueaste el umbral? Herida, en las quietas
aguas del estanque un temblor vivo reflejas. En el jardín oscuro se estremecen
de dolor los amelos azules. No vuela en banda el zorzal. ¿Qué llamada empujó
tu cadenciosa marcha, qué voces falsamente guiaron tu vuelo? En roja llama incendió
tus alas el sangriento atardecer. Y erraste el vuelo: ¿fue por mirar acaso
un pálido y frío rostro en los cristales? Callada surge la noche. Azul es la locura
en el fondo de un ojo vacío. Está lejos el mar. La muerte llora en las esquinas
revestida de hojalata. ¿Por qué en pleno vuelo detuviste tu mirar? A través de
unos párpados amarillentos no puede brillar el sol. Una banda de músicos pasea
por los prados y ensaya la nota capaz de abrir la piedra y detener el vuelo de
ese pájaro bobo que ama el campo en primavera: y te alcanzó. El crispeteo de
tus alas en el fuego aviva ahora el silencio en lo más hondo de la hoguera. Y
caíste, a punto de saber si es entre luz y sombras prohibidas a donde va el amor
cuando se olvida.
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