luis antonio de villena: poética
Una poética —si no se trata de un largo, enjundioso estudio— es
algo radicalmente juvenil, es decir, guerrero. Uno dice, desde su cien-
cia inconsciente, lo que es y lo que no es la poesía, a partir de la prác-
tica propia. Pero cuando uno cumple años, y el lector y el conocedor
se sobreponen al belicoso, la poética militar no tiene sentido. La lite-
ratura (y la poesía) es plural y la calidad, más allá del gusto privado,
solo es constatable en comparación con la tradición. Y la tradición
—ay, queridos, dulces vanguardistas— es todo. Marinetti es tan tradi-
ción como Virgilio…
Hablando de Gibbon, el historiador, dice Lytton Strachey: era un
ser humano, y era absurdo. La poesía se parece a Gibbon. Es la más ra-
dical forma de la literatura: gotas de literaturidad. Es humana y es ab-
surda, indisolublemente. Como uno es eufórico y pirado, sabio y de-
rrochador, pagano y místico. Corregido en el género, dice Pessoa (un
poeta genial y vinoso) por boca de Reis: pagano y triste con flores en el
regazo. Así me gustaría también a mí recordar al juvenil amor (el mu-
chacho que pinta Caravaggio) en ese puro poema juvenil que es el
ardor y la melancolía…
Dilo enseguida: La poesía que amo es apasionada y sabia. La poe-
sía que amo cuenta cosas y baila. La poesía que amo tiene ritmo y ca-
dencia, pero desdeña el soniquete. La poesía que amo busca la hon-
dura, desprecia la aridez. La poesía que amo goza de las palabras, pero
no es nunca logomáquica. La poesía que amo es intensidad y ardor,
aunque a veces se vista de frío: de nieve azul. De copos encarnados.
Los poetas que amo son mil. La historia de la poesía es mi poesía y mi
historia. Mis poetas son legión. Yo me compongo sobre la legión y
uno mi brillo a su brillo. Les debo fulgor y se lo regalo. Existo por Ca-
valcanti y por Campoamor, por Pound y por Manuel Machado, y
también por los maravillosos poetas menores (que frecuentemente no lo
son) como Henri Jean-Marie Levet.
Amo a los poetas de la actitud y a los poetas de la máscara (ambos
soy) y aunque adoro al rimbaldiano muchacho haragán que muere en
el abismo, al borde de la galaxia de las noches, no menos adoro al eru-
dito que labora en el laboratorio, culto hasta el paroxismo, hipocon-
dríaco, saturniano, lascivo, viviendo en los sueños, en los libros y en
los prostíbulos… ¿Podría olvidar al dios Pan? Esto no es una poética.
claro. Desequilibrado, indagador, tierno, alucinado, racionalista, niño.
pleno de madurez, soy —por encima de todas mis escrituras– poeta.
No lo he querido. Ha sido. Esos son mis privilegios. Humano y ab-
surdo. Lo saben los camareros, los guapos modelos altivos y los innú-
meros aprendices de poeta…
31 de octubre de 1995
antología consultada
de la poesía española
el último tercio del siglo
1968-1998
volumen CCCC
colección visor de poesía
visor madrid 1998
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