QUIERO CONTAROS LA HISTORIA DEL EUNUCO
MI PADRE SE MORÍA
Quiero contaros la historia del Eunuco. Mi padre se moría como con ganas y dormíamos con la
luz calva del anochecer haciendo eses, dibujitos cortos para ser buena. Dormíamos apretadas
a la ola como con miedo y poca tela y mi padre que no sabía nada se moría como con pena de albañil
transoceánico.
Quiero contaros la historia del Eunuco, que es triste. El eunuco que es triste normalmente habita
en los bosques de hoja caducifolia; el otro, el que no es triste y se lo pasa bien, abunda y es fibroso
y hace su nido en la copa del invierno.
Yo tenía un aspecto augusto de algo amargo, yo tenía unos zapatos con fervor y tenía un agujero
en la oreja y tenía un paraguas color hierro que les gustaba mucho a los vecinos.
Yo tenía muy grandes las manos y de lejos olíamos a patata.
La historia del Eunuco es para que veas: Había todas las tallas a elegir para probarse; era un tiempo
preñado de eunucos y despertadores. Era un trasiego incesante de botellas vacías y divinas
inmolaciones diarias, máculas en mi nombre desprovisto de linternas, máculas en la frente de los
chóferes que traían impecables visitantes, máculas en el calendario empeñado de la memoria;
era un tiempo respetable de eunucos sin florituras, camisa blanca y poder, deber y claudicaciones.
Yo, que descifraba las agujas del reloj con mi sudor, conocí las piernas del eunuco desde lejos,
pantalones a rayas con un cadáver dentro y un falo de plástico en la mano por amor al honor y devoción
al cielo que nos mira.
Había también los Grandes eunucos con el falo de plástico mejor, con color y un poco más erguido,
pero mi voz no alcanzaba sus tímpanos aún y ya sabía sus casas de telón y comadreja con perros a la
puerta y detrás oficios raros.
En la mano la cartera con magia y cuchillos de repuesto y un falo de domingo por si alguna emergencia
para no improvisar.
Pero allí mi soledad como una lona azotada. Pero allí mi piel que habría de venderse por un diente de
elefante. Allí el miedo, el terror de los conejos ignorantes que caminan horas y horas con los ojos abiertos
sin esperar a nadie que llegue con una estampa.
El Gran Eunuco bombea el mundo pero no conoce mis manos en el barro.
El Gran Eunuco duerme tranquilo y no piensa en mi corazón que bajo tierra sabe todos los nombres del odio.
El Gran Eunuco bebe en las fiestas del verano con su prole de palo alrededor sonriendo y no me ve entre
la gente que frecuenta las piscinas , en los paseos largos que la ciudad pisotea, en los altos teatros que
se llenan por la noche de familias. Pero allí mi soledad haciendo un sitio para algún mensajero sin cara.
Pero allí mi soledad
Vomita las cenas, deshace las camas,
hace tiempo que no sueña nada grato
y presiente el final.
Luisa Castro
de Los versos del eunuco
I. Devociones
Hiperión, 2ª ed, 1989
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