manuel vilas: calor : el comulgatorio

 

 

 

poesía completa

1980-2018

calor
2008

 

 

 

 

el comulgatorio

 

 

 

 

Es posible que no conozcas demasiado las afueras de Zaragoza.

Es el mundo ambiguo fronterizo y misterioso.

Ya no son suburbios las afueras

Son un combate lento entre el ladrillo y la tierra.

Entre el asfalto y el erial

entre la farola y la luna

Entre muertos y vivo

Entre santos y pecadores

Entre gladiadores y cristianos.

 

 

Más allá de Torrero, más lejos del Actur,

allá donde los efluvios del Carrefour terminan,

más allá de Las Fuentes,

hay un mundo de calles asfaltadas con fantasmas

que terminan en huertas sin frutos

y acequias sin agua

de bares al lado de escombros desesperados

que dejan ciega la mirada,

bares desolados, de casetas de campo.

junto a grúas recién puestas,

de albañiles que hablan en rumano

convertidos más tarde

en los vampiros llenos de luz con baterías muy baratas,

todo es barato en el terreno mío,

de neumáticos torturados

de pequeñas tiendas que despachan pan industrial

y golosinas calientes.

 

 

 

Las afueras son también un reino de juventud:

allí es donde los jóvenes de 30 años tienen tu futuro,

su piso y su larga deuda con los hombres viejos.

Porque los hombres viejos tienen el poder y la nada,

tienen las leyes y el dinero, y mujeres viejas, a quienes

ya no se follan —porque todo es una mentira inabarcable—

y son dueños de los techos, de las paredes,

de la domesticación del frío,

del pegajoso frío.

 

 

Allí les esperan dorados domingos para disfrutar

del salón de diecinueve metros cuadrados,

de la cocina de siete, del dormitorio-suite de diez,

Así lo llamó el constructor el día de la firma del contrato,

de la plaza de garaje que protege del bárbaro viento

de los desmontes recién urbanizado a un Corsa del 87,

y de las magníficas vistas a la autopista de Barcelona.

Mira estas vistas, cariño.

Mira ese ardor del sol contra nosotros,

mira como nosotros acabaremos como ellos,

como tipos que nos han vendido esta mierda.

como seremos leña roja y almas baratas,

así que deja que te lo haga todo esta noche

es lo único que tenemos. Deja que me coma

lo que ellos no tienen: tu carne blanca y dulce

y que apague

tus gloriosas ganas de follar. Es nuestro reino.

 

 

Cuando llegue el insomnio, que llegará, cuenta,

para no volverte loco, amor mío, cuenta el número

de coches que pasan

a doscientos kilómetros por hora

(provistos de aparatos

altamente sofisticados que detectan los radares

de las baratas autoridades policiales españolas)

en madrugada tan insignificantes

como las golosinas las que venden en la tienda de la esquina.

 

 

Amor mío no puedes dejar tu trabajo, amor mío

si quieres follamos hasta morir, pero por favor

no dejes tu trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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