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the words continue their journey
Do poets really suffer more
than other people? Isn’t it only
that they get their pictures taken
and are seen to do it?
The loony bins are full of those
who never wrote a poem.
Most suicides are not
poets: a good statistic.
Some days though I want, still,
to be like other people;
but then I go and talk with them,
these people who are supposed to be
other, and they are much like us,
except that they lack the sort of thing
we think of as a voice.
We tell ourselves they are fainter
than we are, less defined,
that they are what we are defining,
that we are doing them a favor,
which makes us feel better.
They are less elegant about pain than we are.
But look, I said us. Though I may hate your guts
individually, and want never to see you,
though I prefer to spend my time
with dentists because I learn more,
I spoke of us as we, I gathered us
like the members of some doomed caravan
which is how I see us, traveling together,
the women veiled and singly, with that inturned
sight and the eyes averted,
the men in groups, with their moustaches
and passwords and bravado
in the place we’re stuck in, the place we’ve chosen,
a pilgrimage that took a wrong turn
somewhere far back and ended
here, in the full glare
of the sun, and the hard red-black shadows
cast by each stone, each dead tree lurid
in its particulars, its doubled gravity, but floating
too in the aureole of stone, of tree,
and we’re no more doomed really than anyone, as we go
together, through this moon terrain
where everything is dry and perishing and so
vivid, into the dunes, vanishing out of sight,
vanishing out of the sight of each other,
vanishing even out of our own sight,
looking for water.
[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end]las palabras siguen su viaje
¿Sufren en realidad los poetas más
que otra gente? ¿No es sólo
que a ellos les toman fotos
y se les ve hacerlo?
Los manicomios están llenos de aquellos
que nunca escribieron un poema.
La mayoría de los suicidas no son
poetas: una buena estadística.
Algunos días sin embargo quiero, todavía,
ser como otra gente;
pero entonces voy y hablo con ellos,
esa gente que se supone que son
distintos, y se parecen mucho a nosotros,
excepto que carecen de esa cosa
que pensamos que es una voz.
Nos decimos entre nosotros que ellos son más débiles
que nosotros, menos definidos,
que ellos son lo que nosotros definimos,
que les estamos haciendo un servicio,
que nos hace sentir mejor.
Ellos son menos elegantes en el dolor que nosotros.
Pero mira, dije nosotros. Aunque pueda odiar tus tripas
individualmente, y nunca quiera verte,
aunque prefiera pasar el rato
con dentistas, porque aprendo más,
hablé de nosotros en plural, nos uní
como los miembros de alguna caravana de la muerte
que es como nos veo, viajando juntos,
las mujeres con velo y de una en una, con esa mirada
hacia adentro y los ojos desviados,
los hombres en grupo, con sus bigotes
y pasatiempos y baladronadas
en el lugar al que estamos pegados, el lugar que hemos escogido,
un peregrinaje que tomó un rumbo equivocado
en alguna parte hace mucho y terminó
aquí, a plena luz
del sol, y las sombras duras rojinegras
desplegadas por cada piedra, cada árbol muerto misterioso
en sus particularidades, su doble gravedad, pero flotando
también en la aureola de piedra, de árbol,
y no estamos más malditos en realidad que nadie, mientras vamos
juntos a través de este terreno lunar
donde todo está seco y agoniza y está
tan vivo, hacia las dunas, desvaneciéndonos fuera de campo,
desvaneciéndonos fuera de la vista de los demás,
desvaneciéndonos incluso fuera de nuestra propia vista,
buscamos agua.
[/ezcol_1half_end]
Margaret Atwood
Las palabras siguen su viaje
Luna nueva, 1984
Traducción de Luis Marigómez
Interlunar, 1984
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