empecé a ver casas y casas
marosa di giorgio
Empecé a ver casas y casas. Y casas que estaban más allá de las casas. Que no se podían ver.
Y cosas que sucedían hectáreas más allá, y una flor que nació en los lejanos jardines de la abuela,
le sentí el barullo, la corona de chispas.
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Salí a la calle, pero, todo fue inútil. En los árboles, tras de las negras hojas, veía otras hojas,
y más hojas, y hasta un bicho chiquitito, le conté las alas.
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Y había canastillas, de rosas, por todas partes, los pimpollos iban de la nieve al rojo, padecí su olor
a sándalo.
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Pasó una nave, cerrada, y vi al marino; naufragó años más allá, entre las ramas y supe, enseguida,
el nombre de los navegantes. Los hombres se llamaban Pablo, las mujeres Amelia.
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Dije «Nada más». Bajé los párpados. «Quiero volver». Y busqué, a tientas, entre todo aquello.
Caminé un poco. Quería encontrar mi casa. Quería encontrar la sombra.
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Y sólo vi un ropero de oro, y una sucesión de candelabros.
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El rocío ponía por todos lados sus espejos, su blanca estrella, las arañas sacaban de sí hilos
larguísimos, e increíblemente, hacían nudos en los que caían gemas; se levantaban espárragos,
nardos y claveles, sobre los que, también, había trocitos de vidrio, luz de estrella.
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Salí a buscar mi desayuno. Carpí por ahí. Aré con un buey muy pequeño, que parecía de juguete,
de papel, pero, era muy fuerte y vivo.
Eché semillas; rápidamente surgió la planta verde,
la baya roja; en una rama había leche, en una rama había fuego.
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Comí de prisa, porque el sol, al subir, acababa esos resplandores.
Volví a casa, y entre antiguos cartones esperé, otra vez, la sombra, y otro amanecer.
marosa di giorgio
de La liebre de marzo
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