LA VACA VINO A HABLAR CON mi padre.

Él la recibió en su es­critorio. La vaca hablaba con ronca voz, en nombre de sí y de las otras vacas.

Recordó el día de hielo en que nacía, la madre que la bañaba y le dio leche, el ciclamen que trajo

en las sienes al nacer, como reflejo de su sino triste, del cuchillo.

Afuera estaban el Jazmín del Paraguay, todo nevado de azul, azúcar y rocío,

y las tortugas andando inmóviles bajo el plato, serias y despreocupadas.

La vaca hablaba con ronca voz, en su nombre y en el de las otras vacas.

Papá le miró el áspero mantón y los redondos zapatos na­turales.

Mamá y sus primas se asomaron a escuchar.

La vaca miró a papá con ojos color de agua.

Papá bajó los suyos, sin prometerle nada.

 

 

 

 

EN EL DESAYUNO, como siempre, le trajeron una bandeja con las hierbas, flores crudas.

Por ejemplo, un tulipán con pintas. Amarillo con rojas pintas.

Algunas víboras que se hacen pasar por flores, un candelabro hecho por siete claveles.

Dentro de una blanca azucena hierve sangre roja que se sale un tanto de las paredes.

También hoy en la bandeja hay un negro bien moldeado, sobre todo la cabeza, un negro nonato,

o recién nacido, o de un mes, yace entre los alimentos… Ella fijó la mirada y empezó a comer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

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