misa final con murciélago

 

 

 

-Llegan murciélagos.

-Mi Dios.

 

Se oyó un largo rumor como el de una pieza de seda que se rasgara.

Apareció uno, pero se desdobló en varios.

Ella se puso de costado como si fuera a amamantar.

Separó también un poco las piernas. Quitó la sábana.

Uno se le acomodó en la ubre, otro en la otra ubre,

otro se le posó en el sexo, otro en el ano, que era otro sexo.

Y otro en la nuca, pero éste no libaba, hacía un cosquilleo.

Vibró y se hamacó todo junto.

El cuerpo y los hongos negros que acababan de juntársele.

Se estaban haciendo pequeños, interminables, inmensos

trabajitos, a cual más innovador y fructificante.

Muchas veces todo junto dio un profundo Aaaaay! Aaaaaay!

Se revolcó en el suelo y volvió todo junto a la cama.

Cuando ella no pudo más quiso quitarse el de la nuca,

pero fue imposible. Sólo le sacó un pedazo.

 

-Ahora -se dijo- es seguro que embarazaré. Y tendré

que abortar. ¿Por qué habré venido de vacaciones a

la huerta? Habiendo podido ir a Buenos Aires o a

¿por qué no? a Viña del Mar.

 

Y recordó a su compañera de oficina, Hilda, y a una hermana

de ésta, de nombre Retama, que, por circunstancias idénticas,

habían tenido que abortar.

Se adormía -no había nada que lo impidiese- y reaparecía,

y en el sueño o despierta, pasaba lo mismo.

 

Al parecer se estaba llenando por doquier de huevos chiquitos,

de palomas y otros bichos, de caracol.

Había una confusión.

Y empezó a andar el alba y a andar, con los largos velos celestes,

la cara en óvalo de Virgen María, y el cabello rojo penetrando

por todo y por la ventana.

De golpe, se sentó.

Los bichos ya se habían ido.

Quedaba uno. El de la nuca; el que estaba muerto y roto.

 

 

 

 

 

 

 

Marosa di Giorgio

Misales. Relatos eróticos  

1a ed.

Buenos Aires 

El Cuenco de Plata

2005

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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