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Rossana, Rossana y Rossana volvían del baile en el aire oscuro de la noche de antes del alba.
El pelo suelto, las enaguas de raso hasta el suelo, cayeron unas agujas largas como espinas de grandes pescados.
El contorno de las peras era brillante, parecían docenas de dibujos colgantes de las ramas.
Un pájaro gritó como si no estuviese acostumbrado a la enorme soledad.
Una oveja se levantó y se fue…
Los trabajadores nocturnos seguían ordeñando leche, aceite, y licor de las perennes vacas.
Las tres Rossanas llegaron a la casa…
Soltaron sus rizos, las peinetas con coral en las esquinas, las enaguas reñían por los novios, se durmieron con la cándida mano en la almohada.
En el corazón de los aparadores, las tacitas volaban quietas como vuelan los ángeles y una rata puso un huevo blanco, almendrado, celeste… que nadie vio.
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