merodeando al ojo que todo lo ve
Locutado por Tomás Galindo aquí
La lentitud, la parsimonia, el detenerse o volver atrás o caerse al espacio desde el tiempo, todas esas monsergas
que suponen un inmenso fastidio, que vienen siempre del pasado y de la estupidez, las conductas que se repiten,
las palabras que se repiten, absolutamente innecesarias, escuchar lo mismo, decir lo mismo, por dios, otra vez…
Cómprese un caballo o una moto, aprenda a conducirlos, póngalos al galope tendido y entonces tírese, tírese
de la moto, déjenos vivir no vuelva a mirarnos, no nos mire nunca más, váyase para siempre, olvídenos, vuelva
su ojo hacia el arroyo de su sentimiento.
Permita que extraigamos, de su lecho, las gotas saladas de ese mar que pugna eternamente contra su orilla.
Es usted un piernas, un pavo, un veneno bueno de menta y sombra. Su conducta es una mentira continua.
Está usted tratando de juntar todos los rincones en vano.
Es usted un callado, le advirtieron que hablara, lo intimaron, y él dice: “Lo que callo es de arena. Lo que nunca
digo es un aroma que ha podido tatuarme. Sin mucho esfuerzo puedo callar una estación, un modo de nevar.
Soy un hombre que vive de callar. Espesuras de ciego me lamen los recuerdos. Callo un tren enredado en
las líneas de una mano que estuvo entre las mías. Bandadas callo.”
Por dios, deje ese aire de insuficiencia y ese aire de suficiencia. Tire todo por la borda, desaparezca, llévese
todo lo suyo, váyase, aléjese, no insista, no queremos ni un solo recuerdo suyo, búsquese otro lugar, otra vida,
ventile su habitación, su casa, ventílese, déjenos. Márchese, ya no le soportamos más. Siempre lo mismo,
la amenaza del cielo, la amenaza del infierno, el culo al aire.
Saber que usted tiene derecho a la vida, que alguien como usted puede existir, qué asco, qué náusea
ha instalado en nosotros. Emprenda un camino hacia la distancia definitiva. No nos amargue. No le odiamos,
es mucho más, mucho peor, nos arrancaríamos la piel. Usted ensucia el universo, las calles, los ríos, el cielo,
no podemos soportarle más.
Y él nos dice: “Callo algún bar, algún cielo de espuma, ojos de marineros en bandejas plateadas
para los muslos de la victrolera, única tierra firme. Lo que yo nunca digo es una noche, ese terrón
despedazado a besos, y un tigre de bengala alrededor de un cofre y en el cofre: comparsa en Bahía
Blanca, una carroza hundida en salitrales. Es un aceite hirviendo lo que callo. Es un hijo que recorre
saltando las piedras de mi voz. Muchas horas del día paso en eso. Dale que dale. Es un color
que si lo miro es otro”.
Por favor, cierre los ojos, ciérrese, enciérrese, decaiga, no sea, no vuelva a ser, calle, se calle por dios,
renuncie, dese por vencido, aléjese, déjese caer, caiga, no siga, retírese, no nos diga, censúrese, se calle,
se vaya fuera de una vez.
Le damos otra oportunidad, la última. Y él nos dice: “Fabrico lo que callo: huesos de algún perfume, una almohada
de polvo. No es mutismo, no es eso. Es un cuento que empieza en el final.”
merodeos
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