zuloaga

 

 madame souty

 

Parece claro que, voluntariamente o no, con intención o sin ella, el pintor hizo dos cuadros en uno,

puso un cuadro dentro de otro.

Como sencillo merodeador, uno prefiere la pintura pequeña: los escasos centímetros de óleo del rostro

de la madame. Quizá porque sólo en esa breve isleta de lienzo está el pintor humano, impotente, zozobrando:

sin rendirse pero dándose por perdido, sintiéndose incapaz de pintar la belleza, la verdad de ese rostro, que tal

vez llevaba años, siglos, intentando, queriendo pintar.

Todo el resto del cuadro es prescindible: son los alrededores, la excusa: el pintor profesional haciendo un cuerpo

de mujer con unos pies bonitos, larguísimos de pie y de dedos gordos, que se levantan como una ola cuando va

acercándose a la playa. 

El cuadro minúsculo del hombre pintor, esto es, el rostro de madame, es de una belleza feísima: el pelo reteñido

de negro y el óvalo ya descolgado de la cara, enorme de orejas, con la sonrisa encogida y desnivelada; con esa nariz

que, de pronto, en el descenso, cambia de dirección y se cae y deja sólo una nariz deficiente. Y toda la cara 

espesamente maquillada de blanco, haciéndole a madame una máscara que ya no sostiene sus rasgos descolgados

y que sólo le deja libres los ojos, esos dos ojos negrísimos que hacen una sola mirada que sí, que bien, que olé, que

tal vez los ojos y la mirada explican o justifican toda la lucha de la madame o del pintor por mantener en pie esa

fachada descabalgada del rostro, asimétrico y penoso, ay.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

Merodeos. el desnudo femenino en la pintura


 

Ignacio Zuloaga (1870-1945)

Madame Souty reclinada en un sofá – 1921

Óleo sobre lienzo

144,5 x 177 cm

Procedencia: colección privada del artista. 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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