erika
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Erika está (casi) antes de todo principio, (casi) inmersa, todavía, en la especie animal que es la especie
humana, de la que solamente asoma, quizá, por sus longitudes individuales de alta adolescente y por su sonrisa
tímida, que tiene ya algo de personal.
Erika no tiene todavía referencias propias, claro, o apenas las tiene, y aún se siente más parecida a su
gato que a sí misma, mientras que al gato, Erika le parece más bien un mueble de sangre caliente. Por algo dice el
poeta –que no calla nunca- que la relación entre una persona y su gato difiere enormemente de la relación entre
un gato y su persona.
Hay cosas conocidas y cosas desconocidas y en medio están las puertas, pero Erika no tiene nada claro
cuáles son las cosas conocidas y cuáles las desconocidas, y no sabe dónde están esas puertas, ay, pero está tan
hermosa con ese pelo castaño que la luz enrojece, con el vestido larguísimo que parece un blusón, con los calcetines
blancos calados y con esos zapatos que son como botines de plataforma.
No entiende todavía ni sus huesos ni su piel ni su cuerpo largo; espera sin esperar que esa que le han dicho
que es, ella misma, se le presente viniendo desde fuera, como un fantasma que le dirá cuál es su destino y dejará así
de sentirse tan casual, tan prescindible, tan innecesaria.
De momento sabe que la vida es para tener en orden los labios, para mantener en orden el adentro y el afuera
y para poner orden entre las gallinas.
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