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freja

 

¿Acaso cree que tiene la exclusiva del sufrimiento? El mismo viento que hoy nos arranca de raíz nos

cose con doble hilo al viento de mañana.

Freja tiene, por lo menos, cuatro sonrisas distintas: una cuando algo le hace gracia, otra por cortesía,

otra cuando no quiere tomarse en serio a sí misma, y otra cuando habla de las personas a las que quiere.

Cree que recuerda un frío día de otoño en el que los farolillos rojos se encendían lentamente entre los

castaños, pero es sólo un falso recuerdo.

Seguramente, de sí misma sólo podría decirnos lo que no es, lo que no quiere. ¿Cree, acaso, que ella

es el dolor?

La conversación no fluye. En su pobre reloj el tiempo es barato e impreciso. Nada, no hay nada ya en

ella: una especie de sonrisa y ninguna emoción.

Comparémosla con los animales, tal como habló de ellos el poeta viejo y barbudo:  ‘Siempre se muestran

plácidos y reservados; permanezco contemplándolos largo, largo rato. No se lamentan ni se quejan de su condición;

no permanecen despiertos en medio de la oscuridad ni lloran por sus pecados; ninguno, sobre la tierra toda, se

muestra respetable o desventurado’. Ay, Freja.

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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