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hannah
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La hermosísima Hannah se ha llegado hasta la ventanita a acompañarme a estar solo, y yo se lo
agradezco andando de puntillas para no hacer ningún ruido que la asuste. Rodeada de vapores de nieve y de nada,
va vestida de negro sotana, de negro animal y de negro negro, interrumpido en acuarela por sus brazos color mujer y
rematado en rotonda por su cabeza clara con municipio de labios y de ojos y de una sola nariz.
Si hablamos de la vida: el problema de los hechos es que son demasiados: pero tenemos la respuesta,
definitivamente: un definitivo puede ser.
Hannah nos mira de arriba abajo, con cierto desprecio de ojos y de labios, escoltada por dos hombros de
frágil -y grácil- curvatura.
Con una mujer así, con sus cojinetes, que no renuncia todavía a su puesto de gerente general del universo,
conviene hacerse invisible y hablar de oídas, como al derribar las estatuas conviene dejar los pedestales: siempre pueden
ser útiles para otro personaje de la vida.
Merodeando, creo que Hannah todavía se pone contenta sin motivo, y casi siempre está trasteando con algo,
y exige con todas sus fuerzas aquello que desea: todavía tiene mucho mucho de niña autoritaria, mandona y caprichosa.
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