malgosia

 

malgosia

Malgosia tiene los pómulos marcados y los ojos casi transparentes, grandes ondulaciones en el pelo castaño

muy claro y la mirada puesta en el lejano horizonte de aeroplanos y cigüeñas. Hay un olor difuso a carbonilla y campo.

Malgosia piensa, sin motivo alguno, que con un poco de tipex todo se puede corregir.

Sin quererlo, al mirar a esta mujer, un simple merodeador ve la calavera que todos llevamos debajo de la piel,

en la cabeza, el cráneo: las cuencas enormes como cavernas; la sonrisa amplísima y fija -definitivamente social-; la nariz

chata y con los agujeros puesto; los pómulos como dos asas para levantar el botijo del cráneo. Cumplamos, entonces,

con la tarea de vivir de tal modo que, cuando muramos, incluso el de la funeraria lo sienta.

Se dice que la muerte está tan segura de alcanzarnos que nos deja una vida de ventaja. Es posible. También se

dice que cada puesta de sol es un fracaso de la naturaleza. No sé.

A Malgosia se le ven, se le notan demasiados signos de que es una hermosa mujer mortal, quizá más mortal

que los demás mortales. No llega a resultar siniestra, pero quizá sí leve, ligeramente inquietante.

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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