natasha
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Natasha va (como) muy puesta, con lo que quiero decir muy trabajada, con mucha labor de embellecimiento
y puesta a punto en los talleres traseros del run.
Me gustan esos labios de color violeta de genciana porque son una detonación, un disparo alienígena en su boca,
la anticipación de un beso extraterrestre y enigmático, una preciosidad.
Me gusta ese pelo retorcido y estirado y apretado pero suelto; subido y asimétrico pero desmelenado; que deja al
descubierto su frente entera, las sienes y las orejas completas, incluso los ángulos de la mandíbula.
Me gustan los pendientes excesivos, con todas las monedas del cofre del tesoro; me gusta ver el arranque, el
nacimiento del cuello por delante, con los músculos del esternocleidomastoideo muy marcados al insertarse en el mango del
esternón, dejando entre ellos ese hueco sensual que con la lluvia o las mareas puede convertirse en una pequeña laguna con
pececillos.
Me gusta el escote abierto como una llanura -lisa, limpia de caballos- con el relieve de los músculos y de las costillas
y de las clavículas. Me gusta el vestido de fina gasa que trasluce el color de la piel, como si Natasha fuera vestida de sí misma.
Es como si llegara de la pureza del espacio, acaso una belleza que no es para nosotros, sino que procede del edén
del que hace (algún) tiempo fuimos expulsados –son palabras del poeta, claro-.
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