–
polina
–
¿Por dónde comenzar el merodeo de este espectáculo del ser? Polina está muy próxima a la ventanita y, en estas condiciones,
uno se siente menos libre, más intimidado, con insuficiente distancia para la objetividad.
El poeta lo dice con más precisión, claro: ‘es tocar el cielo poner el dedo sobre un cuerpo humano’.
A esta distancia en milímetros, un sencillo merodeador casi puede sentir la suavísima vibración de la piel, que es del mismo
terciopelo que Saint-Exupéry sentía en el metal en vuelo de sus aviones.
Cómo vibran sus orejas tiernas. Y toda esta provincia de la mejilla y sus contornos: deshabitada, despoblada, lisa, limpia de
caballos, preparada para ser una playa, para recibir las olas que lleguen a morir, del mar.
Y los labios, como una herida que nunca cura: entre la carne y la piel, la materia casi dolorosa de los labios: ese casi dolor que tanto
necesitamos para sentir otros casi dolores: para sentir otra piel, otros labios en un beso: la carne rasgada de una gacela, la piel desgarrada
de una fruta.
Y la nariz, que se adelanta a la cara como un único peldaño, como un absurdo escalón que vuelve a sí mismo. Y los ojos, el ojo
de luz y de sueño, de ver y mirar: prolongada, lentamente o veloz, rápidamente, un dispositivo de alta tecnología, que Polina tiene en preciosa
mezcla de colores.
0 comentarios