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Alguien se ha dejado tendido su pijama de caballo. O quizá, sea un aviso, un espantapájaros que nos dice lo que nos podría pasar, si nos quedamos mirando muy fijamente las turbinas del crepúsculo.

Preferiría pensar que es un caballo que está esperando que lo monten, para poder cruzar al galope tendido del tedio, esa finísima línea que separa la realidad de la realidad real. Donde ocurre todo; donde nunca pasa nada.

Aunque lo que más me llama la atención es la idea, en sí, de colocar la ropa como si fuese un caballo. Esa distancia de quien haya colgado esas prendas con la realidad, con su realidad. Algo difícil de ver en esta actualidad frenética que nos envuelve nada más despertar cada día.

Es un caballo solo, pero ¿qué es el caballo? Es la libertad tan indomable que se torna inútil aprisionarlo para que sirva al hombre: se deja domesticar, pero con unos simples movimientos de sacudida rebelde de cabeza —agitando las crines como una cabellera suelta— demuestra que su íntima naturaleza es siempre bravía y límpida y libre.

Lo dijo Clarice, ¿quién si no?

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Fotografía de Helga Stentzel

 

 

 

 

 

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