4 poemas de cómo guardar ceniza en el pecho
miren agur meabe
traducción: miren agur meabe
bartleby editores
mary shelley y su piano transparente
El piano era transparente, el armazón, la tapa, las cuerdas
blancas. Mary Shelley estaba sentada en la banqueta ante
una palmera enana, la palmera bajo una cristalera, la
cristalera repujada con escamas de alabastro. Aquellas
láminas podían ser sus senos aplastados, porciones de su
lengua cortada, el esquema de sus lóbulos cerebrales, la
pista circense de sus ojeras.
En el vestíbulo del buque, Mary la pálida tocaba por su
madre muerta, por sus hijos muertos, por su hermanastra
F. muerta de frío, por las líneas no nacidas. Dos hombres
pasaron junto a ella con chalecos salvavidas, pero no la
vieron. Y ella aporreaba las teclas como si sus manos fueran
las mazas de un galeón luchando en la galerna. A merced
del temporal estaba su amado, en trance de muerte, a
punto de morir para dejarla sola una vez más, como toda
su vida, una vez más y siempre: “Tú, secretaria mía,
ordena mis papeles y los tuyos. Ámame”.
Y de las teclas se alzaban jirones de vapor y cada uno era un
fantasma: la madre no madre, los hijos que se tragó la noche,
la hermana aniquilada por la distancia, los textos
abortados. En sus alveolos pulmonares, en los secos
estrógenos de sus cincuenta y tantos años, en sus castillos
celulares, en su alma huérfana, palpitan un rumor de
electricidad, una gárgola de carne, una semilla repetitiva,
un hilván que se le posa en las sienes cada vez que la aguja
corta del reloj le apunta al corazón.
Mary Godwin, luego Shelley, no muy lejos de aquí se ahoga
tu amado. Y Byron, de pie ante una gruta marina, aúlla
tonterías tales como que el amor es parte de la vida para un
hombre, pero para una mujer es toda su existencia. Y ahora,
en Porto Venere, los ambientadores para hogar llevan su
apellido y se venden en pomitos que imitan perfumes de
Chanel. En el espigón dejan sus grafitis George Sand,
Montesquieu, Passolini, Dante. Unas pocas palabras bastan
para que la historia se convierta en corteza de sal en la
bóveda de San Pietro o en las bodegas de los pescadores de
Liguria.
Mary no espera aplausos. Pasa la partitura digital sobre el
piano transparente, y practica trémolos y escalas mientras
se atraganta con sus llagas, sus ideas, sus letras, sus
socavones. Ha perdido las gafas, no ve nada. Los altavoces
políglotas anuncian la hora de la cena, las gaviotas vomitan
nanas, los científicos teorizan sobre el poder de la poesía
para restituir la vida a la materia inerte y los nuevos
Prometeos reniegan de su destino.
Todo es una gran cicatriz.
La Spezia, julio de 2017
el astillero
La madera, como tela musculada,
a las órdenes de los sastres carpinteros:
olmo para el codaste y la roda;
acacia para los barraganetes;
teca y pino para las tapas;
para cualquier miembro, eucalipto.
El latido del bosque,
ignorante del mar.
Y las raíces lejos,
anclas cautivas en tierra,
maldiciendo a la rosa de los vientos.
entomología
Las mariposas rugimos sin dientes a los tifones,
como balas de cañón.
Nuestros ojos cosechan la vida en mosaico.
Hallamos el equilibrio
entre lo que es y lo que no es
sondeando las plantas que crecen delante,
midiendo las amenazas que llegan por detrás.
A veces sobrevivimos gracias al letargo,
sin acelerar el vuelo,
y aceptando los cuidados del tiempo y de la lluvia.
Otras veces nos aprisionan delgados alfileres
y morimos con las alas desplegadas
en una placa de corcho, como en un cielo artificial.
exorcismo
Una cicatriz no es una rama muerta y olvidada.
sholeh wolpe
Las ciruelas caen sobre la hierba
como obedeciendo a una partitura.
El árbol se desprende de lo maduro:
la rama no es ya el lugar del fruto.
Nosotras, sin embargo, obcecadas
en anudar el amor y su secuela.
Igual que el mar clarea en la ribera,
no tienen el mismo tinte la lesión y su estela.
Mi amiga A. y yo reímos en el prado,
saboreamos prunas y leemos sonetos
escupiendo con ímpetu los huesos.
Para linchar fantasmas nos bastan estas balas.
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