Me gusta cuando vienen mis hijas,
tenerlas bajo mi cobijo alerta.
Más de cien años las observan
holgazanear en su tiempo detenido
desde mi no ser detenido en el tiempo.
Su presencia disipa la nada que cabalgo,
y todo lo acontecido, forma un inmenso
escudo que filtra con gracia su vivir,
comprendiendo para qué sirvió aprender
del silencio a callar cuando tengo la razón.
He sido el eslabón entre mis antepasados
y mi descendencia. El catalizador
de esas dos generaciones abocadas,
a la nada que cabalgo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

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