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moisés mori
arte y romance
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Si eres viejo
y tienes gafas
y meriendas bizcocho —¡qué bizcocho!—
en la cafetería,
y tu mujer
—¡qué mujer, qué levadura!—
moja una rebanada en el café
y se chupa los dedos
y las pulseras;
y si (en la cara se te nota)
padeces del corazón
o la sangre apenas circula
(ya se ve que no bebes)
o has superado un trombo
la pérdida del oído
o la muerte de un hijo,
entonces,
mi viejo, mi caricatura
mi infame simulacro,
entonces ¿a qué tomas ese dulce?
¿Qué esperas de la vida?
¿la hora de la merienda?
Y tu mujer —vieja perla de esta estancia—
¿se conforma con relamerse, con ver
la televisión digital
y acordarse de cuando era guapa guapa?
Te contemplo en la cafetería:
la cara colorada, los lentes,
esa inconsciencia
y pienso en mi vida:
tan triste
tan increíble y penosa.
No hay salida —me dices sin querer.
Y yo te creo. Mi rebeldía
es solo vergüenza ajena, amor propio.
Al menos te desprecio. Otra mesa:
una caña, hacer tiempo, mala sangre
picar los cacahuetes (como el mono);
sin embargo no llego
a convencerme
de que escribir versos
ser poeta
—¡qué poeta!—
sea otra cosa
que mojar pasteles
chupar oro, endulzar la píldora.
Intervalo
desgarro
demora
sala de espera
el hocico.
Y risas. Risas.
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