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norman mailer
fuera de la ley
los mejores ensayos
Mind of an Outlaw: Selected Essays
Norman Mailer, 2013
Traducción: Elvio E. Gandolfo
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introducción
jonathan lethem
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Supongamos que un escritor se ha sentado ante el escritorio y ha dispuesto los dedos en las poses familiares de alerta ante la mera etapa existencial donde aguardan qwert y yuiop —esos compañeros inútiles, mudos como los clowns de Beckett—, ¿seguiremos suponiendo que el escritor se ha entregado aquí a una situación al parecer imposible, una batalla que está perdida, por cierto, casi antes de empezar?
Bueno, las probabilidades están terriblemente a favor de que el escritor que se acaba de colocar en esa posición sea Norman Mailer… a menos que sea, en este momento, otro escritor que trata, a la vez, de presentar los Ensayos selectos de Mailer y de imitar de modo seductor la estrategia típica de Mailer para llegar a un tema. Ya sea al otorgarle a Esperando a Godot una reseña negativa sin haberla visto (como hizo Mailer una vez en su columna del Village Voice); o vinculando su larga consideración de la pena de muerte —¡en la revista Parade nada menos!— a la defensa de una provocación burlona que había hecho en el programa televisivo de Phil Donahue, donde había declarado «necesitamos un poco de pena de muerte»; o introduciendo su escaramuza con el feminismo con una digresión sobre cómo había pasado un día entero creyendo que había ganado el Premio Nobel; o recordando con insistencia a los lectores que escribía muchos de sus libros con apuro, para cumplir contratos o pagar la pensión por alimentos de sus hijos —o, en realidad, cada vez en que cargaba casi cualquier hipótesis emocionante con un recordatorio destacado de quién era el que estaba haciendo la hipótesis—, Norman Mailer era un escritor que nunca encontraba un rincón donde no deseara pintarse a él mismo. Una cosa es salir a buscar peleas. Por cierto, esa es nuestra imagen por defecto de Mailer: provocador, un camorrero a puño limpio. Otra cosa es meterse en tantas peleas habiéndose atado con habilidad una mano a la espalda. A veces las dos manos. Si la cita preferida de Mailer, de André Gide, era «Por favor no me comprendan demasiado rápido», a menudo podía parecer que recargaba sus incursiones más importantes en prosa con la tentación de que el lector lo desechara casi de inmediato.
Y aquí, enfrentado a la tarea de dar un envoi correcto a lo que por cierto creo que es un libro que será un gran viaje para el lector, he ido y «hecho la de Mailer»: estoy enterrando al hombre antes incluso de tratar de comprender cómo alabarlo. Mi excusa es que él parece exigirlo, por la lógica de sus propias autodemoliciones: ¡miren cómo Mailer logra salir del agujero una vez más, amigos! Cometeré otro gesto de Mailer, entonces, y me citaré a mí mismo. Esto viene de la primera y única otra vez en que traté de hablar sobre el hombre:
En retrospectiva, Mailer parecía haberse convertido en los últimos años 50 en un radar detector de […] la llegada de la condición cultural posmoderna en general: en sus temas declarados, en el apetito por abarcar cada impulso disidente y toda la atmósfera de paranoia y revelación que saturaban los años 60, aunque apenas entregó alguna ficción que lo reflejara, en sus predicciones en ensayos como Superman va al supermercado; en la defensa autoaniquiladora de El almuerzo desnudo de Burroughs; en las incursiones a toda velocidad de ¿Por qué estamos en Vietnam? y Un sueño americano, y así sucesivamente. El motivo por el cual Mailer no podía llegar a un estilo posmoderno satisfactorio (incluso mientras veía uno de sus logros firmes en Los desnudos y los muertos momificado por los tratamientos irónicos de su guerra por Heller, Vonnegut y Pynchon) era porque el posmodernismo como práctica de arte se extendía a partir del modernismo, ante el que Mailer nunca había respondido auténticamente en primer lugar. Este podía haber sido el sucio secreto de Mailer: seguía atrás con Studs Lonigan de James T. Farrell en el alma misma de su estética, aun cuando el resto de su inteligencia se abalanzaba locamente terreno abajo, a veces acelerando décadas más allá de sus contemporáneos…
Así que defiendan al indefendible Mailer (… sus mejores libros son): Advertencias a mí mismo, Los ejércitos de la noche, los dos libros de las campañas políticas, y este… partes de El combate, partes de Un fuego en la luna, partes de Caníbales y cristianos, partes de etc. Partes, siempre partes. El novelista Darin Strauss, al confesar su cuestión con Mailer cuando yo le confesé la mía, dijo: «Otros escritores son incoherentes de un libro a otro, pero Mailer es incoherente dentro de los libros, a veces incluso dentro de los párrafos…». Me pregunto: ¿acaso alguien le ha reconocido a Mailer este modo posmoderno, como proveedor de fragmentos, un centrifugador de frases? Los acentos falsos de Mailer —Texas, patricio, duro como un boxeador— son como las narices falsas de Orson Welles.
Al leer esto ahora me parece que a pesar de cómo había adoptado una pose (bastante maileresca) como la voz solitaria en el desierto, en realidad encajaba con el consenso general: que Mailer, autodesignado gran novelista sin novelas definitivamente grandes a su favor, encontraba en cambio su grandeza en la voz de no ficción: en el río volcánico de su «Nuevo periodismo» desde las columnas del Village Voice hasta cuando, en los 80, se volvió a comprometer (sobre todo) con las novelas. Un consenso de que el gran tema de Mailer era él mismo, no en el sentido común de ensayista personal de «un hombre privado revelado», sino como entidad pública, un boxeador existencial con su sombra y un contestario patricio de barrio bajo, moviéndose a lo largo de la historia norteamericana como una especie de desastroso ángel registrador, un pararrayos de polémicas ejemplares, un cuento con moraleja del que sólo él no podía aprender. En las palabras de Harold Bloom: «Es su propia creación suprema: el autor de “Norman Mailer”, una ficción extensa, discontinua, y tal vez canónica».
Entonces, ¿estoy de acuerdo con Bloom, y conmigo mismo? Sí y sí, no hay duda; es por este motivo que seguiré pensando que Advertencias a mí mismo es el libro más grande de Mailer, simplemente porque enmarca el drama de la construcción de su voz, la resurrección excitante de su personalidad como su mayor atractivo, después de las caídas públicas que acompañaron a su segunda y tercera novelas. Ese libro navega subido al descubrimiento encantado de la elasticidad y el alcance de la voz. (Por otra parte, Los ejércitos de la noche es el equivalente de Advertencias a mí mismo, porque es en la marcha sobre el Pentágono que la voz descubre su tema mayor y el poder más encarnizado de implicancia). En todas partes, la negociación de Mailer con perseguidores y enemigos imaginados, aquellos que le impedirían sentir todo lo que siente, sospechar de todos los sospechosos, intentar todo lo que intentaría (así como también lo que ni siquiera llegaría a intentar), aunque nunca desesperado. Nunca acosado. Siempre con una euforia más magnánima que la burla, como si dijera: ¡allá vas! ¡Me estás empujando y yo te devuelvo el empujón, y fíjate cómo eso saca lo mejor de cada uno de nosotros! Para aplicar su propia alabanza a Marlon Brando, es «nuestro mayor actor y también nuestro Patán Nacional». Porque, aunque su emblema elegido era el boxeador (una sobrecompensación hemingwayana por la aparente pasividad del oficio de escritor), el de Mailer es en realidad un estilo de la escuela del Método, y el de Brando está tan cerca del espacio imposible que los gestos de Mailer han tallado para sí mismo en la cultura norteamericana de posguerra: siempre prometiendo más de lo que podía entregar, siempre insertando la propia autoconciencia melancólica entre su público y su única tarea creativa aparente —y después, suministrando evidencia cautivante de cómo, en los mejores momentos, la presencia molesta podía ser tanto una oportunidad artística como un desastre.
Así que, sí, Mailer como estilista, sí, Mailer como ensayista, sí, pero también no, porque nunca podría ser tan simple: los ensayos de Mailer son los de un novelista, y lo serían incluso si dejara de recordarnos que era así. No se trata meramente de cómo los ensayos obtienen energía de la teatralidad del novelista convirtiéndose casi en una irritación ante la tarea principal —¿alguna vez podrá pescar ese gran pez?—, sino de que, donde estos ensayos explotan en grandeza, es en sus capacidades de retratar, hacer escenas, conjeturas ficticias, pasajes de estilo indirecto libre, dignos de cualquier maestro flaubertiano. «Norman Mailer» puede exigir el título irónico de personaje mayor de este novelista, pero tiene otros grandes personajes: «Dick Nixon», «Pat Nixon», «Barbara Bush», «Bob Doyle» (me siento tentado a decir sólo «El Partido Republicano»); «Ernest Hemingway», «Henry Miller», «Robert Lowell», «Jack Henry Abbot», y así sucesivamente. Estos personajes, por definición, son hechos para flotar en un reino que queda en algún lugar entre la ficción y la no ficción, llenos de las proyecciones y el ansia de Mailer (en un caso al menos con resultados desastrosos: en una intuición brillante Mailer compara a su corresponsal encarcelado Abbot con Chauncey Gardiner, el protagonista de Desde el jardín de Jerzy Kosinski, sin captar las implicancias letales de su propia perspicacia). En todo caso, sobre la página se vuelven jugadores indeleblemente vívidos, convincentes en la concepción de Mailer, en la que nunca deja de convencernos sobre las apuestas. En los mejores ejemplos escogidos, todos los gestos al parecer inocentes de Mailer se reúnen para formar experimentos mentales de impacto apabullante. Tomen por ejemplo aquel ensayo de la revista Parade sobre la pena de muerte. Mientras avanzamos gruñendo en la desagradable defensa de Mailer de su observación al pasar a favor de la ejecución, el novelista se filtra sobre nosotros con una evocación inquietante del significado de una ejecución dentro de los muros de la cárcel, en las mentes de los guardias y los presos. A partir de ahí amplía, invocando una complicidad en cualquier lector, que nos obliga a desafiar las suposiciones fáciles —«liberales»— y a chapotear al menos transitoriamente en la concepción de Mailer del siglo XX, que considera (si quieren perdonarme una paráfrasis débil: él no lo haría) cómo tranquilizarse a sí mismo con una capa ilusoria de ciencia, ley y razón, una capa que cubre un caldero lleno de fuerzas misteriosas, de agitaciones escandalosas de odio y deseo. Me detendré aquí: aislar las «ideas» de Mailer del contexto de un estilo a un mismo tiempo aforístico, discursivo y performativo es colgarlas para secarse, como sería el caso también en Nietzsche y G. K. Chesterton, sus talentos compañeros en dialéctica, provocación y paradoja. Como en el caso de Nietzsche y Chesterton, te verás obligado a discutir con el pensamiento de Mailer, y es seguro que en muchos casos querrás rechazarlo… pero para hacerlo tienes que entrar al terreno de su pensamiento como es representado aquí: representado con genio.
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índice
Portadilla
Legales
Introducción, porJonathan Lethem
Los años 40
Un credo para los vivos (1948)
Los años 50
Freud (circa mediados de los 50)
El villano homosexual (1955)
Lo que pienso de la libertad artística (1955)
Raison d’étre (1956)
Sobre mentiras, poder y obscenidad (1956)
Nominación de Ernest Hemingway para presidente.
Primera parte (1956)
Nominación de Ernest Hemingway para presidente.
Segunda parte (1956)
El negro blanco (1957)
De la plusvalía a los medios masivos (1959)
Rápidas evaluaciones del talento presente en el cuarto (1959)
La mente de un forajido (1959)
Los años 60
Una velada con Jackie Kennedy. Ensayo en tres actos (1962)
Suicidios de Hemingway y Monroe (1962)
Pegándole a Papá (1963)
Algunos hijos de la diosa (1963)
Presentando nuestro argumento (1966)
Nuestro argumento como fiie presentado la última vez (1966)
El Loco (1967)
Buscando carne y papas: ideas sobre el Poder Negro (1969)
Los años 70
Millett y D. H. Lawrence (1971)
Tango, último tango (1973)
Genio (1976)
Los años 80
Ante la corte literaria (1980)
Hasta la muerte: ideas sobre la pena capital (1981)
Las cintas de video y discos más sexies de Marilyn Monroe (1982)
Todos los piratas y la gente (1983)
Huckleberry Finn, vivo a los cien (1984)
Los riesgos y las fuentes de la escritura (1985)
Los años 90
Una reseña de American Psycho (1991)
Cómo los peleles ganaron la guerra (1991)
El mejor movimiento está cerca del peor (1993)
Los años 2000
Vida social, deseos literarios, corrupción literaria (2003)
Reseña de Las correcciones (2003)
¿Ganar un imperio, perder la democracia? (2003)
El hombre blanco aliviado (2003)
Sobre el problema de Dios en Sartre (2005)
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