Escúchalo aquí recitado por Tomás Galindo

 

ODE TO A NIGHTINGALE – JOHN KEATS

 

My heart aches, and a drowsy numbness pains
My sense, as though of hemlock I had drunk,
Or emptied some dull opiate to the drains
One minute past, and Lethe-wards had sunk:
‘Tis not through envy of thy happy lot,
But being too happy in thy happiness,—
That thou, light-winged Dryad of the trees,
In some melodious plot
Of beechen green, and shadows numberless,
Singest of summer in full-throated ease.

O for a draught of vintage, that hath been
Cooled a long age in the deep-delved earth,
Tasting of Flora and the country green,
Dance, and Provencal song, and sun-burnt mirth!
O for a beaker full of the warm South,
Full of the true, the blushful Hippocrene,
With beaded bubbles winking at the brim,
And purple-stained mouth;
That I might drink, and leave the world unseen,
And with thee fade away into the forest dim:

Fade far away, dissolve, and quite forget
What thou among the leaves hast never known,
The weariness, the fever, and the fret
Here, where men sit and hear each other groan;
Where palsy shakes a few, sad, last gray hairs,
Where youth grows pale, and spectre-thin, and dies;
Where but to think is to be full of sorrow
And leaden-eyed despairs;
Where beauty cannot keep her lustrous eyes,
Or new love pine at them beyond tomorrow.

Away! away! for I will fly to thee,
Not charioted by Bacchus and his pards,
But on the viewless wings of Poesy,
Though the dull brain perplexes and retards:
Already with thee! tender is the night,
And haply the Queen-Moon is on her throne,
Clustered around by all her starry fays;
But here there is no light,
Save what from heaven is with the breezes blown
Through verdurous glooms and winding mossy ways.

I cannot see what flowers are at my feet,
Nor what soft incense hangs upon the boughs,
But, in embalmed darkness, guess each sweet
Wherewith the seasonable month endows
The grass, the thicket, and the fruit-tree wild;
White hawthorn, and the pastoral eglantine;
Fast-fading violets covered up in leaves;
And mid-May’s eldest child,
The coming musk-rose, full of dewy wine,
The murmurous haunt of flies on summer eves.

Darkling I listen; and for many a time
I have been half in love with easeful Death,
Called him soft names in many a mused rhyme,
To take into the air my quiet breath;
Now more than ever seems it rich to die,
To cease upon the midnight with no pain,
While thou art pouring forth thy soul abroad
In such an ecstasy!
Still wouldst thou sing, and I have ears in vain—
To thy high requiem become a sod

Thou wast not born for death, immortal Bird!
No hungry generations tread thee down;
The voice I hear this passing night was heard
In ancient days by emperor and clown:
Perhaps the self-same song that found a path
Through the sad heart of Ruth, when, sick for home,
She stood in tears amid the alien corn;
The same that oft-times hath
Charmed magic casements, opening on the foam
Of perilous seas, in faery lands forlorn.

Forlorn! the very word is like a bell
To toll me back from thee to my sole self!
Adieu! the fancy cannot cheat so well
As she is famed to do, deceiving elf.
Adieu! adieu! thy plaintive anthem fades
Past the near meadows, over the still stream,
Up the hill-side; and now ‘tis buried deep
In the next valley-glades:
Was it a vision, or a waking dream?
Fled is that music:—do I wake or sleep?

 

 

 

ODA A UN RUISEÑOR – JOHN KEATS

 

Mi corazón sufre, y un adormecido atontamiento ensombrece
mi sentir, como si cicuta hubiera bebido,
o volcado algún soso opiáceo por el desagüe
un poco después, y en las aguas del Leteo me hubiese hundido:
no es por envidia de tu suerte feliz,
sino por ser demasiado feliz en tu felicidad,—
que tú, ligera y alada Dríada de los árboles
en algún melodioso entramado
de amaderado verde y sombras incontables,
cantas enseguida al verano a todo pulmón.

Oh, ¡por un trago de añejo! que hubiere sido
enfriado durante mucho en las profundas cavidades de la tierra,
con sabor a Flora y a ese verde campestre,
a danzas, cantinelas provenzales ¡y alegría bronceada!
Oh, por un vaso lleno de esa tibieza sureña,
lleno de lo verdadero, la rosada Hipocrene,
con entrelazadas burbujas que titilan al desbordarse
y la boca teñida de morado;
que yo pudiera beber, dejando el mundo sin ser visto
y contigo desaparecer hacia la oscuridad del bosque:

perderme en la lejanía, disolverme y olvidar del todo
lo que tú entre esas hojas nunca has conocido,
el cansancio, la fiebre, y la inquietud
aquí, donde los hombres se sientan y se escuchan gemir unos a otros;
donde la parálisis mueve unas cuantas tristes y últimas canas,
donde la juventud palidece y ese espectro se diluye y muere;
donde pensar es estar lleno de dolor
y los pesados párpados pierden la esperanza,
donde la belleza no puede mantener su reluciente mirada
ni un nuevo amor suspira ante ella más allá del mañana.

¡Aléjate! ¡aléjate! Porque volaré hacia ti,
no conducido por Baco y sus leopardos,
sino sobre las invisibles alas de la poesía,
a pesar del torpe cerebro, perplejo y retardado:
¡ya estoy contigo! Tierna es la noche
y puede que la Reina Luna esté en su trono
rodeada de todas sus hadas estrelladas;
pero aquí no hay luz,
salvo la que del cielo llega con la desordenada brisa
entre verdes penumbras y sinuosas formas musgosas.

No puedo ver qué flores hay a mis pies,
ni qué suave incienso cuelga por encima de las ramas,
pero, en la embalsamada oscuridad, adivino cada uno de los dulces
con que el oportuno mes dota
a la hierba, al matorral y al silvestre árbol frutal;
al espino blanco y al pastoral escaramujo;
a las violetas que rápido se desvanecen cubiertas con las hojas
y al hijo mayor a mediados de mayo,
a la próxima rosa mosqueta, cubierta de rocío granate
y al murmurante acosar de las moscas en vísperas de verano.

Oscureciendo escucho; y, más de una vez
me he medio enamorado de la apacible muerte,
llamándola con suaves nombres de muchos meditados ritmos,
para llevar por el aire mi silencioso aliento;
ahora más que nunca parece que es grato morir,
terminar a medianoche sin dolor,
mientras tú, arte, viertes el alma por todas partes
¡en semejante éxtasis!
Si todavía quisieras tú cantar, también haré oídos sordos—
a tu elevado réquiem convertirse en césped.

Tú no naciste para morir, ¡pájaro inmortal!
Ninguna generación hambrienta te pisoteará;
la voz que escucho esta noche fue oída
en los días antiguos por el emperador y el payaso:
tal vez canción misma que encontró el camino
a través del corazón de Ruth, cuando, sumida en el hogar,
rompió en lágrimas entre el maíz ajeno;
la misma que a menudo hubiere
encantado mágicas ventanas abriéndose a la espuma
de mares peligrosos, en feéricas tierras abandonadas.

¡Abandonadas! Esa palabra misma es como una campana
que tañe ¡haciéndome pasar de ti a mí mismo!
¡Adiós! La fantasía no puede engañar tan bien
como su fama parece contar, decepcionante elfo.
¡Adiós! ¡adiós! Tu himno lastimero se desvanece
más allá de las cercanas praderas, sobre el apacible arroyo,
ladera arriba; y ahora queda profundamente enterrado
en el siguiente claro del valle:
¿fue una visión, o un sueño lúcido?
Huir trato de esa música:— ¿Estoy despierto o dormido?

 

 

 

 

 

 

 

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