el viaje a echo spring

 

olivia lang

 

 

traducción de nuria de la rosa

 

 

7.- las confesiones del Sr. Bones

 

 

 

Recuperación es una novela inconclusa de John Berryman, el poeta cuyo padre se pegó un tiro en la isla de Clearwater el 26 de junio de 1926. Después de esta catástrofe, la madre de John y su nuevo padrastro trasladaron a la familia a Nueva York y empezaron sus vidas de cero.

 

Dos años más tarde enviaron a John a South Kent, un internado espartano del que más tarde comentó que durante toda una clase les hicieron gatear sobre las rodillas por una terraza de gravilla mientras leían un fragmento de sus manuales de historia. No le importó ese castigo en concreto, pero la escuela en general fue un tormento.

 

De niño, Berryman era desgarbado y flacucho, llevaba gafas gruesas y tenía la cara plagada de acné. Inútil para el fútbol y demasiado inteligente para hacer amigos con facilidad, no prosperó hasta los diecisiete años, cuando se marchó a Columbia, la universidad de la Ivy League de Nueva York.

La universidad fue desde el principio refugio y embriaguez. En su primer año estaba demasiado entusiasmado por las posibilidades sociales, particularmente por la proximidad de todas las hermosas chicas de Barnard, como para prestar mucha atención a sus clases.

Salir, bailar y escribir poesía ocupaban todo su tiempo y obtuvo malos resultados académicos en casi todas las asignaturas del primer año. Pidió una excedencia y regresó mucho más en serio en primavera. Una amiga de entonces, Dorothy Rockwell, recordó que en aquellos tiempos era:

 

[…] delgado y chirriantemente intenso, algo
adusto, pero de vez en cuando en su rostro se
dibujaba una sonrisa malévola. Iba a ser poeta y era el
protegido de Van Doren, y eso le ponía por encima
del resto de nosotros, si te paras a pensarlo.

 

 

Era un chico muy nervioso, y a veces amenazaba con suicidarse (Lionel Trilling, que entonces enseñaba en Columbia, lo recordaba como un joven afectado). No había duda, sin embargo, de que era un genio.

Ya en 1935 publicaba poemas regularmente en la Columbia Review, uno de los cuales se publicó también en Nation. Sus resultados académicos también mejoraron, gracias a una mayor disciplina de estudio, generalmente nocturno y obsesivo.

En 1936 fue premiado con una beca para Cambridge. El hábito se forjó allí. Durante el resto de su extensa vida permaneció vinculado a la academia. En Cambridge asistió a las clases de T. S. Eliot y Auden, conoció a Yeats y a Dylan Thomas y trabajo en Shakespeare hasta bien entrada la noche.

 

Después de un periodo de «monacato reticente, se enamoró de una chica inglesa con el apropiado nombre de Beatrice. Pero, a pesar de su anglofilia, que le duraría toda la vida, regresó a América en 1938 y dejó a Beatrice atrás.

Quería conseguir un puesto como profesor, aunque no le resultó tan fácil como esperaba. Al final, su viejo mentor Mark Van Doren le aportó referencias («tengo por cierto que se trata de
un joven brillante y prometedor: un poeta refinado, un crítico completamente capacitado y un lector insaciable y aunque esto ya debes de saberlo— una persona cautivadora») y, gracias a eso, finalmente consiguió un trabajo en el departamento de inglés en la Wayne State University.

La carga de trabajo era grande y ese año sufrió mucho de insomnio. A menudo pasaba noches enteras caminando por Detroit, entraba en la universidad ojeroso y apestando, e impartía clases inspiradas, según todos los testigos de su docencia, en las que explicaba a Shakespeare o poesía citando de memoria los versos. Temblaba al hablar y caminaba por el aula mientras enseñaba, con la voz cada vez más y más aguda a medida que crecía su entusiasmo. Cuando regresaba al apartamento que compartía con una pareja casada, frecuentemente se desmayaba nada mas entrar por la puerta.

Ir a Wayne había sido, empezaba a pensar, «un error descabellado, y lo estoy pagando, con salud, humor y tiempo». Apenas comía y a menudo sufría alucinaciones y, aun así, se negaba
a detener su frenético programa de clases, enseñanza y estudio.
Un doctor hizo un diagnóstico tentativo de crisis de ausencia epilépticas, mientras que un psiquiatra pensó que era neurótico y que estaba en peligro inminente de sufrir un colapso nervioso total.

 

Lentamente, se fue recuperando. En 1940 aceptó un puesto como profesor de literatura inglesa en Harvard, donde pasó gran parte del tiempo con los poetas Robert Lowell y Delmore Schwartz, dos bebedores cuya salud mental era también turbulenta.

 

En 1942 se casó con Eileen Mulligan, una chica con cabello oscuro e inteligencia brillante que más tarde se convirtió en analista. Después de algunos años de trabajar a destajo como profesor, se trasladaron juntos a Princeton, donde él enseñó escritura creativa mientras trabajaba en una biografía analítica de Stephen Crane y en un estudio sobre  El Rey Lear, así como en la publicación de su primer volumen de poemas, Los desposeídos.

 

Hasta ese momento solo bebía socialmente, pero en 1947 los acontecimientos precipitaron un gran cambio tanto en su estilo literario como en sus hábitos. Se enamoró de la mujer de un compañero y empezó una aventura, mientras al mismo tiempo lo diseccionaba en una secuencia febril de sonetos. Fue entonces, recapacitó más tarde, cuando empezó a beber seriamente, tanto para acallar la culpa como para avivar las llamas de su deseo. Eileen estaba de acuerdo. En sus maravillosamente vívidas memorias de su vida juntos, Poets in Their Youth, lo recordó así en esa época:

 

 

 

[. ..] alternativamente histérico y deprimido, no
podía dormir, tenía pesadillas violentas cuando
lo hacía y, lo más inquietante de todo, bebía de
un modo terroríficamente poco característico […]

Para John, que se despertaba lleno de culpa y
exhausto de una batalla con sus demonios, un
«excelente» Martini se convirtió en la cura de la resaca,
y una copa o dos, en la cura para el insomnio.

 

 

Sin embargo, lo que siguió al poema no fue bueno. En 1953, el año en que lo terminó, Eileen dejó a Berryman, agotada hasta la desesperación por la forma en que el bebía para calmar su ansiedad, por su promiscuidad y por su culpabilidad tóxica. El poeta se mudo al hotel Chelsea de Nueva York, donde su viejo amigo Dylan Thomas también se hospedaba.

 

El 4 de noviembre, Thomas se desplomó en su habitación después de beber en el White Horse. Lo llevaron al Saint Vincent’s Hospital en el Village, donde unos días más tarde Berryman
entró en la habitación temporalmente desatendida y lo encontró muerto en su tienda de oxígeno, con sus pies desnudos asomando por debajo de la sábana.

Era una advertencia, quizá excesiva para asumirla.

 

En 1954, Berryman fue contratado para impartir clases de escritura creativa durante un semestre en la Universidad de Iowa, donde dos décadas después John Cheever y Raymond Carver también lucharían por combinar sus compulsiones y sus deberes.

 

El primer día se cayó por las escaleras de su nuevo apartamento, se golpeó contra una puerta de cristal y se rompió la muñeca izquierda. Dio las clases con un cabestrillo, inspirador e implacable como siempre a pesar de su creciente depresión.

El poeta Philip Levine, uno de sus estudiantes ese año, escribió más tarde una elegía a su profesor titulada Mine Own John Berryman: un testamento a su integridad y compromiso con la literatura.

 

 

 

Entraba en el aula cada noche temblando y a la expectativa
y siempre armado con un fajo de tarjetas con notas, que rara vez
consultaba.
En privado, me confesó que pasaba días preparándose para esas
sesiones. Salía de ellas en un estado que rozaba el colapso […]
No importa que oigáis o leáis de su alcoholismo, su locura,
su falta de fiabilidad como persona, yo estoy aquí para deciros
que durante el invierno y la primavera de 1954, viviendo en
aislamiento y soledad en una de las ciudades más deprimentes
de nuestro difícil Medio Oeste, John Berryman nunca descuidó
sus obligaciones como profesor.

 

 

 

Pero todo terminó súbitamente ese otoño, cuando, estando borracho, se enzarzó en un altercado con su casero. Fue arrestado y pasó una noche en el calabozo, donde al parecer los policías se exhibieron delante de él. Cuando las noticias de su humillante correría se filtraron le convocaron a una reunión disciplinaria con los rectores de la universidad y fue despedido.
Por suerte, un amigo le encontró un puesto en la Universidad de Minnesota, que le serviría el resto de su vida como base. Alquiló un apartamento en Minneapolis y empezó una nueva secuencia de poemas que llamó Canciones del Sueño.

 

No se parecen a nada, son únicos, mensajes que combinan amor y desesperación. La comparación más cercana que se me ocurre es Gerard Manley Hopkins, si Hopkins hubiera sido un alcohólico mujeriego suelto durante el siglo xx, fiel a sus ritmos, a su jazz de cobalto.

 

Tres estrofas de seis versos, veloces, integradas, llenas de énfasis e interrupciones.

 

Henry en el centro, Henry Pussycat, Huffy Henry, a veces invocado por su compañero sin nombre, el señor Bones.

 

Las voces de ambos hombres oscilan de un modo que ninguna poesía había hecho hasta entonces, elevándose y cayendo en el dialecto, el lenguaje infantil, el argot, los fragmentos arcaicos de un erudito en Shakespeare.

 

A medida que iba creciendo, el poema tomaba forma: Henry pasaba de la vida a la muerte y regresaba de nuevo. Mientras se queja, insiste sobre su deprimente vida, su padre perdido, amigos muertos y vivos, el alcoholismo y sus problemas con los compactos y deliciosos cuerpos de las mujeres.

 

Henry es un hombre en un confesionario, con hambre de cualquier tipo de consuelo, reprendiendo a un Dios al que no puede ni aceptar ni admitir.

Fuera del poema, empezó un periodo de paz doméstica. Una semana después de su divorcio de Eileen en 1956, Berryman se casó con Ann Levine, una mujer mucho más joven a la que había conocido en Minnesota.

 

Ese año consiguió la beca de investigación Rockefeller y en 1957 ganó el Premio de Poesía Harriet Monroe por Bradstreet.

Poco después Ann dio a luz a su hijo, Paul, apodado Poo.

 

 

«Le compraremos un orinal, tiene una papada tremenda, su piel
es encantadora y huele bien», el nuevo padre escribió con adoración,
aunque ya empezaba a estar molesto por las atenciones de Ann con
su hijo, en detrimento de él.

 

 

 

Después de meses de peleas, ella le abandonó en enero de 1959 y se llevó al niño consigo. Berryman empezó a beber más que nunca y, unas semanas más tarde, después de un ataque de delirium tremens,
fue internado en el Glenwood Hills Hospital de Golden Valley Road, Minneapolis, en un ala cerrada para alcohólicos.

 

A pesar de estar en las últimas de lo que el describió como «agonía mental, salud rota y la doble ruina de mi matrimonio», mantuvo el ritmo de trabajo y estudio, escribió y reorganizó «Dream songs» e iba en taxi a dar sus clases.

 

Una vez libre, volvió a beber; y nuevamente fue internado. Su sueño era precario, incluso con sedantes, «así que estoy prácticamente muerto todo el tiempo».

 

Ambas cosas, escribir y beber, ocurrían simultáneamente. Más tarde, el mismo año, pasó un día de noviembre en la biblioteca de la universidad leyendo libros sobre la historia de los espectáculos de minstrels de principios de siglo xx, para intentar aplicar los ritmos y rutinas musicales de Tambo y Bones a las «Dream songs».

De aquí surgió la idea de darle a Henry un compañero, su triste testigo y compañero de discusiones. Esa misma noche entró tambaleándose en el baño, cayó y se dislocó el brazo derecho. Hombre abatido. Hombre que no ceja.

En 1960 aprovechó la oportunidad de it al sur que le ofrecía la oferta de docencia durante un semestre en Berkeley en primavera.
Desde este refugio incierto le escribió alegremente a un amigo: «Aquí encuentro cantidades maravillosas de alcohol. No bebo tanto como en Minneapolis, pero lo disfruto mucho más, porque no voy a bares, simplemente lo encargo y me siento a beber».

 

Enseñaba con su típica elegancia y rigor, pero en su tiempo libre sufría intensamente de aislamiento y paranoia, que se aliviaron un poco cuando conoció a una chica católica llamada Kate Donahue, hija de un alcohólico, que en 1961 se convirtió en su tercera y última esposa.

 

Así siguió. En 1962 pasó un verano en la residencia Bread Loaf, trabajando en «Songs» y bebiendo Martinis con ginebra.
En otoño su comportamiento ya era errático. Gritaba, a veces lloraba.
En noviembre ingresó a regañadientes en el hospital McLean’s a las afueras de Boston, donde también trataban a Robert Lowell.

 

El tercer día prometió no combinar nunca más la bebida con la escritura de poesía. Le dieron el alta el 1 de diciembre, estuvo sobrio durante siete días, y veinticuatro horas después su mujer dio a luz a su primera hija, Martha, que pronto apodarían Miss Twiss.

 

Otra lesión, casi cómica esta vez. Al día siguiente, después de visitar a Kate y al bebé en el hospital, se tomó una copa de celebración con unos amigos.
De algún modo el taxi que le llevaba a casa se las arregló para atropellarle el pie y romperle el tobillo. Cuando faltó a su cita con el psiquiatra, mandaron a sus amigos a buscarlo. Lo encontraron refugiado en la cama, con el pie ya supurando. Después de llevarlo a urgencias, bramó: «Me siento como un personaje secundario en una mala novela de Scott Fitzgerald».

 

Al día siguiente, muy borracho de nuevo, acusó a Kate de desatenderlo. En 1964 fue hospitalizado tres veces, aunque siguió trabajando en «Dream songs».
No es de extrañar que describiera a Henry con aflicción como alguien que «perdía altitud››; no es de extrañar que pareciera estar «ajeno a todo/excepto al whisky y al tabaco».

 

Y aun así seguían llegando las buenas noticias; no terminaba de hundirse en el abismo. El 27 de abril se publicó la obra 77 Dream songs. Las críticas no fueron tan buenas como le habría gustado, particularmente la de su viejo amigo Lowell («Al principio el cerebro duele y se congela ante tanta oscuridad, desorden y rareza»), pero hubo críticos y mejor aún, poetas que entendieron lo que había intentado hacer con Huffy Henry.

 

En Nation, Adrienne Rich to describió como «repulsivo y ardiente», y observó que «su libro debe mucha de su belleza y estilo a una especie de coraje imposible de fingir, que se manifiesta
tanto en comedia como en ira, en estallidos de ternura y también de desafío.

 

Hubo también otras compensaciones. Ese año ganó el premio Russell Loines y al siguiente fue galardonado con el Pulitzer.

En 1965, la combinación de éxito y la autodestrucción se acelera.
Se rompió el brazo izquierdo porque iba con calcetines por un suelo de madera y resbaló; escribió a su amigo William Meredith:

 

 

«Entro y salgo tan a menudo de los hospitales últimamente que estoy mareado».
Le concedieron la beca de investigación Guggenheim para que siguiera trabajando en «Songs» y,
en 1966, empleó el dinero en llevar a su familia a Irlanda todo el año.

 

 

 

En Dublin conoció al poeta John Montague, que más tarde se sintió obligado a decir:

 

Berryman es el único poeta que conozco para quien la bebida
parecía ser un estimulo positivo. Bebía en gran cantidad y fumaba
mucho también, pero era parte de un patrón de trabajo, una
aniquilación de las barreras cerebrales mientras aceleraba hacia
la finalización de Dream songs.
Me pareció extremadamente feliz, un hombre comprometido
a completar el trabajo de su vida, con una mujer y una niña a las que
adoraba.

 

 

 

Era una verdad a medias, como mucho. El día de Año Nuevo de 1967 se cayó, se golpeó la espalda y se dañó un nervio. En abril fue trasladado al hospital psiquiátrico Grange Gorman para desintoxicarse. En mayo volvió a Nueva York para recoger un premio de la Academia de Poetas Americanos, y se hospedó en el hotel Chelsea, un lugar poco seguro.

Cuando sus amigos lo encontraron vomitando sangre, lo llevaron al hospital French «casi muerto». Se sometió al tratamiento, pero insistió en un vaso de whisky junto a su cama.

Otra ·Dream song»:

 

 

«Era todo arrepentimiento, tragándose su propio vómito,
decepcionando a gente, defraudando a todo el mundo
en los bosques del alma».

 

 

Ese otoño se publicaron Los sonetos de Berryman, los que había escrito en Princeton en lo mas tórrido de su romance. En 1968 el segundo volumen de Dream songs,
«His Toy, His Dream, His Rest», vio la luz, seguido al año siguiente por el volumen recopilatorio.

 

También seguían llegando los reconocimientos. His Toy ganó el National Book Award de poesía y el premio Bollingen. Fue nombrado profesor de Humanidades en Minnesota y dio conferencias por todo el país.

 

Y después, el 10 de noviembre de 1969, fue internado en Hazelden, un hospital de Minneapolis, con síntomas graves de alcoholismo y un esguince en el tobillo izquierdo que se hizo tropezando en su propio baño.

 

Esta vez no se desintoxicó simplemente a base de clorpromazina. Hazelden fue uno de los pioneros del Modelo Minnesota, una técnica entonces radical y hoy común que consiste en tratar a los alcohólicos como pacientes hospitalarios internados en comunidades terapéuticas donde siguen los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos, asisten a conferencias y aprenden, a través de la superación de retos y de la continua exploración de sí mismos, a vencer los mecanismos que perpetúan su enfermedad.

No fue un proceso fácil deshacer los hábitos de dos décadas,
por no mencionar los miedos profundos que los habían provocado.
El 1 de diciembre, un psicólogo anotó sus impresiones sobre Berryman.

 

El paciente admite que es un alcohólico [ …] Indicios de depresión,
ansiedad, inmadurez, falta de perspicacia, fuertes intereses estéticos,
sentimientos de alienación y dependencia [.. ] Admite que está lleno

de miedos.

 

 

 

Cuando le dieron el alta, estuvo sobrio doce días, y después volvió a beber. Al mismo tiempo pasó por una racha de trabajo eufórico: nuevas canciones, otro empujón a la biografía de Shakespeare. En una carta a William Meredith parecia un maniaco:

 

 

Estoy pasando el mejor invierno que recuerdo, sobre todo trabajando
muy duro en la beca y el análisis de Shakespeare cada día,
pero también en un nuevo poema llamado Washington in Love,
que avanza de forma irregular […] mis dos seminarios ligeramente
interesantes en la universidad, uno sobre Hamlet y el otro sobre
el personaje americano, y estoy leyendo la magnífica Last Chronicle
de Trollope, y Génesis diariamente, y The Aztecs de Valliant como
preparación para tres semanas a un mes en México el verano próximo.

 

 

Después, el 26 de febrero de 1970 regresó al hospital, con las espinillas llenas de morados, incapaz de caminar o sostenerse. Volvió cuatro veces en las siguientes seis semanas, y siempre se quedó el tiempo justo para desintoxicarse y luego salió y volvió a beber.

 

El 2 de mayo lo ingresaron de urgencia en el Centro del Tratamiento Intensivo del Alcoholismo en el hospital Saint Mary’s de Minneapolis, para su segundo intento de desintoxicación.

Allí dio el Primer Paso y admitió que no tenia control sobre el alcohol y que su vida se había vuelto ingobernable.
Mientras intentaba comprender las enormes y terroríficas implicaciones de esta frase, Berryman escribió y más tarde leyó ante su grupo de tratamiento esta biografía a cámara rápida y, al parecer, sincera y sin censura, de su vida como alcohólico.

 

 

 

Bebí socialmente hasta 1947 durante una aventura sentimental
larga y terrible, mi primera infidelidad a mi mujer tras cinco años
de matrimonio.
Mi amante bebía mucho y yo bebía con ella.
Culpable, homicida y suicida. Alucinaciones un día de vuelta a casa.
Oía voces. Siete años de psicoanálisis y terapia en grupo en Nueva York.
Caminé de arriba abajo por un parapeto de treinta centímetros de ancho

y ocho pisos de alto. Me insinúo a las mujeres borracho, a menudo
con éxito. Mi mujer me dejó tras once años de matrimonio por la
bebida.
Desesperación, beber mucho y solo, sin trabajo, sin un centavo,
en Nueva York. Perdido cuando olvide por un apagón de memoria
provocado por la bebida la carta profesional más importante que
jamás he recibido.
Seduje borracho a estudiantes. Insinuaciones homosexuales borracho,
cuatro o cinco veces. Tome Antabuse en una ocasión durante algunos días,
agonizando en el suelo después de una cerveza.

Me pelee con el casero, borracho a medianoche, sobre las llaves de
mi apartamento, llamó a la policía, pase la noche en el calabozo,
la noticia llegó de algún modo a la prensa y a la radio, me vi obligado
a dimitir.
Dos meses de intenso autoanálisis e interpretación de sueños, etc.
Me volví a casar. El rector me dijo que había llamado a una estudiante
borracho a media noche y había amenazado con matarla.
Mi mujer me dejó por mi alcoholismo.
Di una charla en público estando borracho.
Borracho en Calcuta, caminé por las calles, perdido toda

la noche, incapaz de recordar mi dirección.
Me casé con mi actual esposa hace ocho años. Muchos barbitúricos y
tranquilizantes durante los últimos diez años.
Muchas hospitalizaciones. Muchas excusas para beber, mintiendo
sobre ello. Grave pérdida de memoria, distorsiones de memoria.
El delirium tremens ya en Abbott duró horas. Un cuarto de whisky al día
durante meses en Dublín, trabajando duro en un poema largo.
Seco cuatro meses hace dos años. Mi mujer me escondía botellas,
yo escondía botellas. Mojé la cama borracho en un hotel de Londres,
el director del hotel estaba furioso, tuve que pagar un colchón nuevo,
cien dólares.
Di una conferencia demasiado débil coma para sostenerme, tuve
que sentarme. Di conferencias mal preparadas. Demasiado enfermo
para supervisar exámenes, un compañero se ocupó. El trabajo se
apilaba literalmente durante meses. Un litro de whisky al día durante
meses. Mi mujer, desesperada, amenazó con abandonarme a menos
que parara. Dos doctores me llevaron a Hazelden el noviembre pasado,
una semana en la unidad de cuidados intensivos, cinco semanas
de tratamiento.
A.A. tres veces, aburrido, sin hacer amigos.
Primera bebida en la fiesta de Newlbars. Dos meses de bebida ligera,
con trabajo biográfico duro. De repente empecé nuevos poemas
hace nueve semanas, más y más bebida con más y más intensidad,
hasta un litro al día. Defequé de forma incontrolable en el pasillo de la
universidad, me fui a casa sin ser visto. Termino el libro en cinco

semanas, el trabajo más intenso de toda mi vida, excepto quizá las
dos primeras semanas de 1953.

Mi mujer dijo Saint Mary o to dejo. Vine aquí.

 

 

 

 

No sirvió de nada. El 12 de junio le dieron el alta pero no estaba curado. El 18 de junio le escribió otra carta inquietantemente superficial a Meredith:

 

 

«Acabo de salir del hospital después de seis semanas (alcoholismo,
como siempre) y mis doctores dicen que pasará un año hasta que
me encuentre bien. He añadido diecisiete poemas, algunos de ellos
muy importantes, a Love & Fame».

 

 

El mismo día empezó a beber de nuevo en un bar de Saint Paul, aunque, a pesar de repetidas recaídas, siguió asistiendo a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. A principios de octubre dio una charla y después volvió a Minneapolis desde Nueva York.

 

Llamó a Kate desde el aeropuerto y le dijo que iba de camino a casa. Desapareció durante dos días y volvió el domingo harapiento, destrozado y triste. Recordaba la llamada, recordaba haberse parado en un bar para un trago nocturno.
Después de eso nada, todo lo sucedido se había borrado de su mente. En una intervención con su mujer y sus amigos en su propio salón aceptó volver al Saint Mary e intentar, por tercera vez, desintoxicarse.

 

Henry House para procesar y reconfigurar varios puntos de su propio pasado, en especial el suicidio de su padre.

 

Ahora adoptó otra máscara, más fina y todavía más transparente.

Alan Severance es un intelectual conocido, un profesor en inmunología ganador del premio Pulitzer, «dos veces invitado en el Dick Cavett Show, una de ellas borracho y divertidísimo».

Sus oficios difieren, así como algunos detalles sobre una tía. Por lo demás, casi todo lo que narra sobre Severance, desde su habitación desordenada, tos seca y voz rugiente hasta su grandiosidad, genialidad, amabilidad, arrogancia, lesiones y múltiples engaños, está sacado de la experiencia real y bien curtida del propio Berryman.

 

 

Empieza con un preludio. Alan está borracho. Hay mucha luz, una oscuridad inexplicable. Ah, está en su propio vestíbulo, figuras familiares pasan cerca de el. Su mujer sujeta un vaso aunque no es, piensa para sí mismo, lo bastante grande. También de pie: dos policías y su decano. Su mujer dice, con ojos fríos:

 

«Esta es la última bebida que tomarás jamás».

 

Que le den, piensa, y al mismo tiempo manifiesta la desconcertante y apocalíptica sensación de que esta vez podría ser verdad.
Lo siguiente es que vuelve a estar en el ala W, que es el trasunto del ala de Berryman en Saint Mary.

Tercera oportunidad: destrozado por el síndrome de abstinencia, intoxicado por el mono, aunque, por lo que a él respecta, su mente está clara como el aire de la montaña. Sabe exactamente qué salió mal, o cree que lo sabe. Un error en el Primer Paso, cometido en su última vez en recuperación.

Se sonríe en el espejo, se tambalea saliendo del comedor para reunirse con sus compañeros de sufrimiento.

[… ]

 

 

 

 

 

el viaje a echo spring

v. 1 : marzo de 2020

titulo original: the trip to echo spring

olivia laing, 2013

futurbox project, s. l., 2020

Publicado por Atico de los Libros

Barcelona

7.- las confesiones del Sr. Bones

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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